La luna tomó las mangas de la pequeña, la niña, hija de su madre y no siempre de su padre; no siempre porque él, en las borracheras de los lunes, la desconocía. Vete de aquí, le decía, no te conozco, le decía, no eres mi hija, le decía. Y ella se iba y se excusaba con su mamá, que su papá no estaba en la cantina, que dónde más lo buscaba.
La luna la tomó de las mangas, y la cargó hacia las estrellas, un lunes, por supuesto. Vete de aquí, le dijo, y, aquella, inspirada por su madre, y esa, inspirada por el deseo de que su esposo regrese a casa, convencida por la inocencia de su hijita; aquella insistió: sí me conoces, ven, regresa.
La luna la tomó de las mangas cuando vio el sopetón que le dio el padre a la niña, por insistente, por caprichosa.
La tomó de las mangas y la cargó a las estrellas, la acomodó entre las más brillosas de todas.