investigación deuda, influencias y gastos sobre secretaría de inversión público productiva de Miguel RiquelmePortada Reportaje
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Llegué al Monte de Piedad. Me registré con mi credencial de elector. Me dieron una tarjeta de cliente o deudor. Me senté a esperar mi turno para pasar con la señora que valuaba las joyas. Estaba indecisa entre quedarme e irme. Dos guardias de seguridad armados estaban establecidos en la puerta mientras la gente empeñaba sus cosas. El ambiente no podría ser más amigable.

Tocó mi turno y pase con la señora, ubicada detrás de un vidrio blindado, para  pasarle algunas joyas antiguas que tenía. ¿Cuánto me da por ellas? Pregunté. Con su lente de lupa las tomó y les puso una gota de un líquido transparente. Esto no es oro ni plata, no te puedo dar nada por ellas me contestó. ¿Pero y la piedra, creo que es Zafiro, Rubí y los de las esquinas son diamantes? A parte son joyas antiguas, le dije tratando de convencerla. Aquí solo compramos oro, plata y diamantes más grandes. Esos están muy chicos, si no tienes nada más, no te pudo dar nada por ellas, me dijo más impaciente y sin ningún gesto en la cara. Señora pero que más le puedo traer; no sé a qué se refiere con que no valen nada, son joyas de mi bisabuela, no son de oro ni de plata, pero tienen un valor; necesito dinero, y no sé de dónde lo pueda sacar. Tengo muchas cosas en mi casa, unos sillones, unas sillas, la televisión ya es muy antigua, las compre todas nuevas y me costaron caras y ahora ya no tienen ningún valor porque no son de oro y de plata ¿Y qué me dice de los demás metales? ¿Por qué sólo el oro y la plata? Que no todos vienen de la tierra,  le dije desesperada. A lo que se limitó a decir,  Mire señora tengo gente esperando, si no trae lo que compramos aquí vaya a otro lado a pedir dinero.

Salí del lugar más angustiada aún, no sabía de donde más podría sacar dinero, ¿por qué valemos? Me pregunte. Gasto mucho en el mantenimiento de mi cuerpo, le doy de comer diario, me baño seguido, hago ejercicio y sin embargo ¿soy sólo un pasivo? Me resultaba muy confuso. ¿Qué somos? sólo un saco de carne con huesos ambulante. En eso vi una carnicería y no dude en entrar. Señor necesito dinero, dígame, cuanto me paga por este saco de carne y huesos? El señor con cara perpleja  se me quedo viendo, y al ver que no traía nada en las manos me contestó, Yo sólo vendo carne de vacas y puercos. Nadie compra carne de humano, que está usted loca.

Salí del lugar pensando que moriría de hambre si no encontraba alguna forma de sacar dinero. En ese momento la gente que pasaba a mi lado me parecieron  sacos de carne y huesos ambulantes desesperados por conseguir una forma de lidiar con los pasivos que le generaba ese cuerpo con el que cargaban. De pronto encontré un letrero que decía, “buscamos empleados para Telemarketing” pregunte a la recepcionista ¿Cuánto dinero me puede dar por el trabajo? Y me contestó De pende del tiempo que trabajes. Y me quede perpleja, solo tenía que dar mi tiempo y ya. Así de obvio era mi valor, ahora entiendo porque dicen que el tiempo es oro.

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