¿A poco no…? | Juan Ceballos Azpe | @licjuanceballos
¿A poco no es de dar vergüenza el nivel de subdesarrollo en el que se ubica nuestra nación? Para muestra, dos botones: el Instituto Mundial del Desarrollo investiga en medio centenar de países del orbe los niveles en que se encuentran en una veintena de rubros de la vida política, social, económica y gubernamental, para elaborar una lista global de competitividad en la que México ocupa el nada honroso lugar número 36, es decir, que sólo hay 13 países peores que el nuestro de los 50 clasificados. Y en el informe anual del Foro Económico Mundial que evalúa a las 59 economías más grandes del mundo, México fue clasificado entre los peores, al ocupar el lugar 58 –penúltimo- en seguridad, el 55 por problemas de crimen organizado y el 52 por corrupción, violencia y evasión fiscal.
El índice de delincuencia es inversamente proporcional al respeto que le tienen los delincuentes a la autoridad. Por su alto grado de ineficiencia, incapacidad, excesivo tortuguismo burocrático y corrupción que impera en las corporaciones policiacas y los organismos encargados de procurar e impartir justicia, nuestras autoridades se han ganado a pulso la falta de respeto de los delincuentes, a sabiendas que, en la mayoría de los casos, los delitos quedarán impunes. Pero debemos insistir: hasta qué punto somos corresponsables como sociedad de que este problema vaya en aumento, por dejar que la pérdida de la capacidad de asombro y el aislamiento al que nos lleva la actitud egoísta de “mientras no sea a mí al que le pase”, nos impiden ser parte de la solución.
La diferencia más importante entre un país de primer mundo y otro subdesarrollado es el grado de conciencia ciudadana de sus habitantes. Naciones como Alemania, Japón, Estados Unidos e Inglaterra saben que, al no actuar como ciudadanos, sino sólo como habitantes, como simples observadores, los problemas se agravan. Por lo general ocurre que cuando alguna acción o decisión de nuestras autoridades nos afecta, tomamos la determinación de actuar, aunque nuestra reacción es parecida a la del cerillo: si algo nos raspa, nos encendemos, pero pasado el impacto, nos apagamos nuevamente y volvemos a la misma actitud apática e indiferente.
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La negligencia y el conformismo alimentan la mediocridad mental y espiritual propia de los pueblos subdesarrollados que debemos desterrar de nuestros patrones de conducta, de tal forma que el concepto de “habitante”, como observador aislado e individual, sea suplido por el de “ciudadano” como parte actuante y social. Cierto: estamos muy lejos todavía de los lugares privilegiados en la cumbre de las listas del Foro Económico Mundial y del Instituto Mundial de Desarrollo, pero en la medida en que estemos dispuestos a ser más ciudadanos que habitantes, tendremos más posibilidades de dejar los sótanos del subdesarrollo. ¿A poco no…? ¡Ánimo!