Por Juan Ceballos Azpe
¿A poco no es cierto que la desigualdad social es la verdadera enemiga de toda nación que aspira a la democracia? En nuestro país, la inequitativa distribución de la riqueza se acentuó dramáticamente en los años de neoliberalismo al acumular 20 millones de mexicanos en la miseria extrema, en su mayoría indígenas y campesinos. Por desgracia, el cambio de régimen, contrario a lo que prometió, a 20 meses de gestión gubernamental, está muy lejos de revertir las cifras, a pesar de las millonarias dádivas de los programas sociales que más parecen electoreros y que, si bien ayudan a los beneficiarios a paliar un poco sus necesidades, no los sacan de la pobreza.
El analista político Lorenzo Meyer escribió hace 20 años lo que sigue vigente hoy: “Los enemigos más peligrosos de México son los numerosos miembros corruptos o indiferentes de la élite del poder. Ellos son los verdaderos traidores a la Patria: los individuos y grupos de interés que por corrupción e ineptitud han llevado a que México sea un sitio donde la justicia y la equidad se encuentran en una situación que, de tan lastimosa, resultan fuente de desunión profunda y vergüenza colectiva. Del presente indígena, sólo habría qué conservar el pasado como parte de los mitos que podrían dar cohesión y fuerza a la sociedad mexicana mestiza, de cara a la modernidad y, sobre todo, frente a la agresiva potencia anglosajona del norte”.
Urge un golpe de timón en la agenda del gobierno para que en los hechos y no sólo en el discurso, sea tema fundamental el de los derechos de las minorías que sufren el odio y la discriminación o, al menos, la indiferencia de amplios sectores de la comunidad nacional. La esencia de la Patria está en la imaginación y en la voluntad de sus habitantes de permanecer unidos a fin de llevar a cabo una gran empresa: el desarrollo material y moral de la sociedad, labor que no corresponde sólo al gobierno; todos debemos contribuir a la construcción, mejoramiento y defensa de las instituciones que hacen posible la unidad política y económica, en condiciones de justicia y equidad, para propiciar y mantener la calidad y dignidad de la vida colectiva, conjurando la maldición de la desigualdad social. ¿A poco no?