investigación deuda, influencias y gastos sobre secretaría de inversión público productiva de Miguel RiquelmePortada Reportaje
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Por Juan Ceballos Azpe

¿A poco no te has puesto a meditar en el deterioro de este mundo en el que vivimos, así como en el sinfín de posibilidades que están a nuestro alcance para tratar de transformarlo? Y no tanto a ese mundo conflictivo donde el pan de cada día son las guerras, epidemias y masacres que lo azotan sin piedad; ni a ese mundo en el que ancianos y niños mueren víctimas de la miseria y el hambre, de la apatía de la sociedad y el olvido de las autoridades. Pensemos en el mundo inmediato que nos rodea: el de nuestra casa, la familia, la escuela, el trabajo y la región que habitamos.

¿Cómo podemos depurar nuestras relaciones familiares para ser mejores hijos, mejores padres o mejor pareja? ¿De qué manera podemos alcanzar una mayor superación en nuestro centro laboral o escolar para obtener mejores resultados en nuestro rendimiento? ¿De qué forma contribuimos a mejorar las condiciones de vida de nuestra región?

Sólo es cuestión de poner a trabajar la inteligencia e idear tantas posibilidades como nuestra imaginación y creatividad nos sugieran, sin escatimar ningún esfuerzo para intentar transformar nuestro mundo; sobre todo, en estos tiempos cuando los valores humanos y espirituales se van perdiendo ante la peligrosa indiferencia de la humanidad. El acelerado ritmo de la vida cotidiana muchas veces nos impide hacer un alto para reflexionar en el grave problema individual y social de la desintegración familiar, en la falta de comunicación entre padres e hijos. Los jefes de familia, por lo común nos dejamos envolver por la rutina de nuestras actividades laborales, de tal forma que nos olvidamos, tal vez sin querer, de los seres amados que nos rodean.

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A fuerza de atender lo urgente, desatendemos lo importante y llega el momento en que dejamos de preguntarnos si verdaderamente conocemos a nuestros hijos.

En este examen de conciencia también cabría cuestionarnos sobre el desempeño que tenemos en el resto de nuestras actividades y relaciones; del papel que jugamos como ciudadanos; si somos espectadores pasivos o protagonistas activos del acontecer diario en todos los círculos en los que nos desenvolvemos; de las actitudes nuestras que se mueven por la inercia de la mediocridad y la desidia; del desinterés y la apatía que nos limitan e impiden nuestra participación cívica frente a los problemas propios de la comunidad, la región y el país. ¿Alguna vez te has puesto a pensar en todo esto? Pero lo más importante es pasar del pensamiento a la acción. De poco sirve darnos cuenta de la problemática por la que atravesamos, si no intentamos hacer nada por mejorarla. Si no podemos cambiar el planeta, sí podemos transformar nuestro mundo. Y nadie va a hacerlo por nosotros. ¿A poco no…? ¡Ánimo!

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