Por Miguel Ángel Centeno
Actualmente vivimos un tiempo de un forzado e inesperado contacto con nosotros mismos, generalmente el ritmo de vida cotidiano estaba lleno de distracciones, un ritmo de vida en donde nos deteníamos poco a contemplar y contemplarnos, a convivir con nuestros pensamientos y sentimientos, a convivir con nuestro reflejo. Y no me refiero solamente a la imagen que aparece en el espejo o a la de la cámara con la capacidad de editar y buscar un ángulo para un buena selfie, me refiero a la contemplación de nuestro interior y de nuestro ser cargado de percepciones formadas en la historia de nuestras vidas.
Contemplarnos puede ser un ejercicio interesante, una oportunidad de detenernos y replantear nuestra vida, de valorar y valorarnos, pero desafortunadamente contemplarnos también puede ser el escenario perfecto para que voces castigadoras y devaluadoras comiencen a torturarnos.
Como uno de los primeros conceptos que aprendí en psicología recuerdo el de percepción, la percepción es la unión de la información que reciben nuestros sentidos y el significado que damos a esta información. Desde la infancia comenzamos a construir ideas, conceptos y significados, aprendemos cómo se llama lo que ven nuestros ojos, lo que escuchan nuestros oídos, lo que prueba nuestra lengua, aprendemos al ver nuestro cuerpo que somos hombres o mujeres, qué es una mamá, qué es un papá, aprendemos cuál son las reglas de los juegos y que debemos seguirlas, aprendemos qué es ser un hijo o hija y un hermano o hermana.
Después de registrar un hecho con nuestros sentidos le damos un nombre y salimos hacia el exterior para saber cuáles son las características de eso que acabamos de nombrar, es entonces que comenzamos a interiorizar los estereotipos sociales y construimos una idea de esos conceptos, evidentemente no quedamos exentos de esas construcciones mentales, así que de acuerdo a cómo vamos aprendiendo los significados de lo que en nosotros mismos nombramos construimos también nuestra identidad.
De esta manera nos identificamos con características que reconocemos en nosotros como: soy inteligente, soy bonita o guapo, soy la princesa de papá o soy el rey de la casa, sin embargo, también podemos identificarnos con otras como: soy necio, soy tonto, soy menos que los demás, soy gorda, soy pobre, o qué horrible me veo en una video-llamada.
Autoestigma. El estigma nace de una marca, de estereotipos que generalmente la sociedad impone violentamente, que segregan y lastiman, y lo peor de todo es que cuando nos reconocemos con unas de esas marcas nos mimetizamos con el estereotipo, lo hacemos nuestro y dejamos de reconocernos para empezar a ver el nombre de lo que creemos que somos de acuerdo con un lenguaje universal.
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Si bien es cierto que nuestra mente es producto de la construcción social es hora de que cuestionemos muchas de las imposiciones del mundo para usar nuestros propios ojos, desidentificarnos, despegarnos. Si nos detenemos a pensar muchos de los reproches que nos hacemos son el resultado de esas construcciones sociales, probablemente ni siquiera nos causa conflicto de verdad ser morenos, solteros, no ser el más rico de la familia, no tener el marido más exitoso o no ser quien tiene la última palabra. Y es que debemos de tener cuidado de no apropiarnos de estos estigmas, ya que como dijo Alfred Adler el sentimiento de inferioridad resultante de esto puede aguijonearnos de maneras violentas, ocasionando reacciones que agreden a nuestro medio o a nosotros mismos, dependiendo de cómo manejemos la agresión.
Es desde adentro, desde el fondo de nosotros mismos y el autoconocimiento que necesitamos construir la autoestima. Es mentira que una buena figura, un maquillaje, una buena ropa o una cara bien iluminada fortalece nuestra autoestima, hasta el mismo término delata este obvio error. Rebelémonos de verdad, usemos nuestro pensamiento crítico contra la imposición, contra la enajenación. No confundamos autoestima con autoestigma.
Sigamos contemplándonos.
Miguel Ángel Centeno Campos es psicólogo, maestro en terapia familiar y de pareja, es catedrático en la escuela de psicología de la Universidad Autónoma de la Laguna, realizó un libro de texto sobre psicología del mexicano para la Universidad Autónoma de Durango y también escribe poesía, ha publicado para la revista Estepa del Nazas del teatro Isauro Martínez y actualmente está en edición su primer libro de poemas.