La cantina: el refugio del bohemio, el privilegio durante décadas (y en algunos lugares, hasta hoy) del hombre y las “damas de la noche”, el psicólogo para quienes no pueden o no quieren pagar psicólogo, el consuelo de quienes requieren unos grados de alcohol en la sangre para quitarle presión al espíritu y regurgitar sus represiones, sus problemas, sus esperanzas a los primeros oídos que quieran escucharlos, pues seguramente ni en su propia familia, tienen alguien con quien puedan desahogarse.
La cantina es el punto de quiebre de cualquier sociedad conservadora, un lugar que niega y desprecia, y que por eso mismo necesita desesperadamente, un punto de escape para sus contradicciones diarias; un lugar donde todos son raros, y por eso mismo son improbables camaradas en una ciudad que no les reconoce, que ya no es lo que conocieron o les ahoga con su moral rígida, los chismes familiares que deshacen reputaciones en un día, y un ambiente económico y social que se mueve y se mantiene férreamente estático al mismo tiempo.
Y la cantina es el héroe, villano, historia y trasfondo del libro de Nazul Aramayo, Cantinas que merecen ser amadas y personas que no (Producciones Salario del Miedo, 2019), un viaje por la historia, la sociedad y el alcohol que vive y muere en Torreón, Coahuila.
Quien siempre vive en el mismo lugar – tanto física como figurativamente hablando -, corre el riesgo de estar tan inserto en su narrativa interna, que se vuelve fácil ignorar los problemas y maximizar los aspectos considerados positivos del lugar de origen.
Aramayo, quien nació en 1985 en Torreón, ciudad que en sus palabras “la amo y me asfixia” (p. 11), es una voz que habla desde el interior de la narrativa de “la ciudad de los grandes esfuerzos”, y que al mismo tiempo trata de alejarse de ella, de verla con criticidad – aunque en ocasiones no lo logra de forma significativa -.
Licenciado en Comunicación por la Universidad Iberoamericana, campus Laguna, escritor de los libros Eros Díler (Editorial Jus, 2012) y La Monalilia y sus estrellas colombianas (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2017), coeditor del periódico Vanguardia, radicado en Saltillo, Coahuila, y colaborador en medios como Revista Replicante, Aramayo utiliza las páginas de Cantinas que merecen ser amadas y personas que no para hacer un recuento de la ciudad de Torreón a través de seis cantinas, pero sobre todo, para tratar de tomar una fotografía de una urbe arrinconada entre su supuesto “progresismo” y su realidad conservadora; entre su “pasado glorioso” como punto ferrocarrilero y su actualidad post-crisis 2008; entre la actitud “abierta” de sus habitantes y los densos episodios de violencia y crueldad que han asolado sus calles – el último ocasionado por la presunta “guerra contra el narcotráfico” iniciada en 2007, en realidad una guerra contra la clase obrera y los oprimidos de México -.
El libro de Aramayo es un libro de contradicciones. Contradicciones de la ciudad que le vio nacer, pero también de Aramayo mismo. La contradicción del conservadurismo disfrazado de progreso, del secretismo bajo una máscara de afabilidad, de libertad en medio de la opresión. A través de sus 124 páginas, el autor utiliza la narración de sus parrandas para ahondar en los 112 años de historia de Torreón – desde que fue declarada ciudad en 1907 -, atacando el mito empresarial de una ciudad que “venció al desierto” gracias a la inversión extranjera y hombres emprendedores, y dejando que los pequeños personajes tomen el escenario lleno de luces neón, edificios viejos y, por supuesto, litros y litros de cerveza.
Gracias a Aramayo conocemos el bar La Fama (Calle de Acuña #159 sur), que a pesar de ser regentado desde 2003 por la señora Blanca Alicia Ibarra Ríos – cuyo abuelo Benjamín Ríos Galván fundó el bar en 1923 -, no fue abierto al público femenino hasta 2012, no por una cuestión de igualdad sino por dinero, pues la inseguridad de la época (y hasta hoy) vació el centro histórico (p. 21); conocemos los interiores añejos del Salón Ciriaco (Avenida Hidalgo #816 oriente) y del Casino Torreón, el “Bar Perches” (avenida Hidalgo #500 poniente), una cantina exclusivamente para caballeros “donde parece que el tiempo se detuvo en una mezcla indeterminada de los años treinta y cincuenta” (p. 30); en las páginas de su libro conocemos las vicisitudes de La Chiquita (Calle de Leona Vicario #394, esquina con Avenida Juárez), “cantina tradicional de ambiente”, la primera cantina gay de La Laguna – fue fundada en 1935 – que vio caer la llamada “Zona de Tolerancia” en 1991 y que permanece un reducto de libertad para la comunidad LGBT+ de Torreón, del que Aramayo concluye “qué pequeño eres y más pequeño para una minoría” (p. 64); y en las páginas de su libro sentimos el paso del tiempo en el Bar Reforma (Avenida Matamoros #1301 poniente), fundada como tienda de abarrotes en 1908, y el inminente peligro en el Bar El Búnker, “El sótano de Elvira” (Calle de Valdés Carrillo #185 sur), que hizo honor a su nombre poniendo sacos de arena al lado de las escaleras entre 2010 y 2011 “para que se echen ahí por si hay una balacera” (P. 77).
Los personajes, lugares y eventos corren de la mano del alcohol en Cantinas que merecen ser amadas y personas que no gracias al espíritu bohemio de Aramayo, que, fiel a su papel de intelectual pequeñoburgués que se rebela – aunque a medias – contra el ambiente conservador de La Laguna, salpica su narración de todo tipo de referencias: desde Chéjov hasta Glory Days de Bruce Springsteen, desde Herman Hesse hasta Juan Gabriel, desde Guillermo Fadanelli hasta Francisco L. Urquizo y el grupo musical lagunero los Chicos de Barrio. Leer Cantinas que merecen ser amadas y personas que no seca la garganta, no sólo por el antojo de una cerveza sino por la aridez de una ciudad que se pavonea diciendo que “venció al desierto”, un mito que sólo diluye un lugar de secretos a plena vista, una ciudad de luz que por eso mismo busca las sombras para existir.
Pero Cantinas que merecen ser amadas y personas que no es, ante todo, una confesión. Una confesión de los orígenes de Aramayo, su familia, sus amigos – a los que, acorde al tema, rebautiza con nombres de tragos y cervezas -, su pensamiento bohemio que declara al alcohol una religión en una ciudad que deja de venderlo a las dos de la tarde los domingos (p. 85), sus pretensiones de ver críticamente su ciudad natal, pero que reproduce hasta cierto punto su conservadurismo – el uso de las palabras homofóbicas “puto” y “joto” en distintas partes del libro es el caso más evidente y reprobable -, sus tiempos de desempleo en los que empezó a compilar las historias que ahora nos presenta – como mencionó en la presentación del libro, llevada a cabo en el Bar Reforma el 18 de julio pasado -. “El alcohol no es huida ni permanencia impasible; es defensa propia” declara Aramayo al hablar del estado actual de Torreón, lejos del ferrocarril y la bonanza algodonera, en la que “la gente venía a Torreón. Hoy queremos huir” (p. 41). Los hijos pródigos, veteranos y bohemios de Torreón podrán estar de acuerdo con las palabras de su paisano, con su desilusión de intelectual, con sus parrandas en la que habla de la “generosidad del alcohol”, y con su narrativa a la vez coloquial y llena de referencias, por medio de la cual afirma que:
La violencia, las crisis económicas y el desinterés de las autoridades de diversas administraciones por salvaguardar edificios históricos han devorado estos lugares. Torreón es una ciudad paradójica: amable y hostil hasta lo insufrible. Hay quienes se quedan por amor. Pero la mayoría de los jóvenes ansiamos abandonarla. En ciudades donde el desempleo es la única garantía al terminar nuestros estudios, una cantina es nuestro último refugio. (p. 27)
La cantina: el refugio donde el bohemio busca libertad, el privilegio hasta hoy en algunos lugares del hombre y “las damas de la noche”, el psicólogo para quienes no pueden o no quieren pagar psicólogo, uno de tantos lugares donde pueden constatarse el tamaño de las contradicciones que encierra la sociedad actual.
Y el héroe del libro Cantinas que merecen ser amadas y personas que no de Nazul Aramayo.