Correspondencias | Alfredo Loera | @alfredoloeramx
He venido discutiendo conmigo mismo desde hace varios años acerca de cómo escribir novelas. Como ustedes habrán adivinado, mi carácter y mi sensibilidad un poco desfasada de nuestro contexto histórico me tienen enfrascado en este tipo de problemáticas. ¿Cómo escribir una novela, cómo hacerlo, en especial cuando es un esfuerzo que no tendrá ningún resultado satisfactorio? Escribir novelas como lo hacía Dostoievski (no me refiero a la calidad, ¡vamos!, no soy tan pretensioso, sino a la manera, al estilo) hoy en día se presenta inverosímil e ingenuo. Sumergirse en una empresa monumental, digamos lograr un manuscrito de mil páginas parece hasta aberrante (ya llevó 530 jeje). ¿Quién las leería, suponiendo que tan sólo tuvieran la calidad necesaria?
Ahora bien, esto de las novelas pareciera como una manera de pasar el tiempo; ciertamente así lo es, porque digamos que a alguien le urja leer otra de las novelas que un hombre como yo pueda escribir la verdad no es realista. Esto se hace porque se quiere pasar un rato o muchas horas sentado o de pie imaginando personajes y circunstancias. Está bien: eso es natural, lo puedo asumir, especialmente por mis problemas de sociabilización, bastante marcados en mi personalidad; creo que hasta sería sano no sólo en lo personal, sino también para la sociedad en general. Mejor me pongo a redactar páginas y páginas, en lugar de convertirme en un psicópata que andaría asesinando mujeres o algo por el estilo (supongo que esto último lo han entendido como una mala broma (he querido ser gracioso en cada una de mis entregas, incluso mis compañeros escritores me han comentado que soy muy ensimismado en mi estilo, que es un poco lenta mi redacción, yo agregaría que es también torpe, pero bueno, al menos he hecho el esfuerzo de dar un chascarrillo (risas)). Pero basta de paréntesis que no llevan a nada. No quiero desviarme de mi tema. Las novelas entonces se escriben (en mis circunstancias) de un modo gratuito, no encuentro otra posible explicación. No lo será, desde luego, el renombre ni la fama. Conozco a varias personas que han escrito novelas y no por eso tienen el reconocimiento. Desde luego que lo buscan y quizá lo merezcan, pero la verdad es que no se da. Pensar que al seguir el mismo camino yo tendré reconocimiento es pensar de un modo erróneo. No existe evidencia alguna.
Así que el primer punto sería ese. Sólo para pasar el rato, sólo para distraernos, para evitar la realidad, lo que está al lado, a la vecina o al vecino. Si se quiere hasta a uno mismo. Cada quien encontrará sus evasiones.
Desde luego este únicamente es el inicio, porque no por ser antisocial o solitario o muy social o muy acompañado se podrá llevar a cabo la empresa. Y vaya si me he visto en ese lugar. Uno se sienta, uno escribe, uno escribe más y más. Sigue todas las posibles técnicas, lee entrevistas de autores buscando consejos, lee ensayos relacionados, va a talleres literarios, ve videos en YouTube, sigue rituales, sigue todo tipo de estrategias, pero eso no logrará que la novela se escriba. De hecho nada de eso se relaciona con el acto de escribirla; todo lo que uno pueda leer acerca de la novela, todos los manuales, todos los consejos de amigos o maestros serán insuficientes, nada de eso podrá ayudar en lo concreto a la escritura de una novela. Ayudan en el ánimo, en el espaldarazo, ayudan a advertir que no se es el único loco que se digna y pierde su tiempo en tan efímera actividad. Vamos, por supuesto que uno nunca es tan especial, otros lo habrán intentado, lo habrán hecho con mucha más pasión y con mucho más placer. Pero nada de eso sirve. Lo único que sirve es lo que dije al principio, la escritura de novelas es algo que no tendrá un final satisfactorio.
Pero eso no es tragedia. Si se está lo suficientemente aburrido o necesitado de esto, llámenlo como quieran, se continuará con la tarea. Se le restarán horas al sueño y energía a otras diligencias. Se dejarán posiciones laborales y sexo con mujeres, tan sólo para realizar la escritura de algo que nadie tendrá el ánimo de leer. Porque siendo sinceros son pocas las personas que tendrán la generosidad de aventarse las cuartillas que les entregas, tan sólo para decirte qué les pareció. Tan sólo para escuchar alguna frase, “pues no está mal, pero te falta.”
Bueno, ese comentario hasta se puede agradecer. No tendría nada de malo; sin embargo, son pocos los que tendrán ese ánimo. Pero bueno, aquí no vamos a estar reclamando lectores. A final de cuentas alguien que se ha propuesto este oficio no lo necesita, porque yo diría que para pensar en hacerlo, primero que nada debe asumirse que uno no lo hace para que lo lean, sino por algo que puede ir desde la necesidad de cubrir el exceso de tiempo libre hasta la imposibilidad de tener relaciones normales con los demás. Eso no interesa. El punto al que quiero llegar es que el lector sobra y lo siento si esto se escucha demasiado (cómo decirlo) necio, tonto, rabioso, desesperado. Bueno, todo eso tendría que ser alguien que se pone a escribir novelas. Me refiero que una persona saludable no lo necesitaría. Esto sólo funciona para los desequilibrados. Si una persona está completamente sana, no necesitaría de esto, queda clarísimo. Es mejor decirlo y aceptarlo desde el principio. Los que escribimos o intentamos escribir novelas estamos enfermos, aunque luego cuando nos vean andar por la calle con nuestro atuendo de oficinistas seamos de lo más cordial que puedan encontrar en esta urbe de las que son o fueron, ya no sé, más violentas del mundo.
Ahora bien, otro punto importante a resaltar es la temática. Hay gente que se la pasa buscando temáticas. Yo lo que digo es que alguien que necesita escribir novelas no necesita temáticas. Si necesita temáticas es porque no está lo suficientemente trastornado como para escribirlas. Las temáticas se originan en la misma necesidad de escritura. Las temáticas no se acomodan al intento de escribir novelas, sino es al contrario, es en la necesidad, que, como digo, puede ser simple aburrimiento o una experiencia reveladora o traumática o no tan reveladora ni tan traumática, en donde se gestan los temas a desarrollar.
En este sentido yo diría que las novelas en sí no cuentan una historia, es decir el hecho novelístico no está en contar una anécdota. La anécdota no le interesa a nadie (sólo a los escritores que quieren escribir novelas). Si ustedes gustan yo podría darles varias anécdotas buenísimas. Aunque es obvio que no necesitarían nada que yo pudiera darles porque incluso hay manuales y libros con una lista de anécdotas para aquellos escritores sin temáticas propias, hecho que me parece completamente válido; pero yo estoy hablando desde la escritura gratuita, desde esa hecha para ningún lector, para los ciudadanos de un país que no lee, en una ciudad que no tiene ni siquiera editoriales, estoy hablando desde la escritura que no tiene un objetivo claro, ni un resguardo en la sociedad en la que se gesta. Balzac y muchos otros escribieron (Faulkner mismo) grandes novelas a partir de recortes de periódicos; bueno, está bien, es verdad, la verdad es que sí es posible, pero la gran diferencia es que esos grandes autores también tuvieron grandes públicos, y por lo tanto todas las posibilidades para dedicarse a su oficio; yo la verdad tampoco sé si eso es mejor o peor, quizá sólo sea diferente y nada más. Lo que sí no se puede negar es que la novela no está ni remotamente en el recorte de periódico ni en la clásica: “yo tengo muchas vivencias que quiero compartirte para que las escribas”. Nadie necesita esas vivencias ni esas temáticas para escribir novelas. Eso solamente distrae y mata a la novela. La hace una cosa que no vale la pena hacer después de todo lo que he dicho en estos párrafos.
Y para que no digan que no hago mi tarea quiero dejarles estos párrafos de Milan Kundera acerca de la novela, para que le sigan como puedan, porque todo esto que leyeron no les va ayudar en el acto de escribirla, les va ayudar nada más para que vean que muchos otros también están tratando de escribir novelas, aunque sean novelas después de “la historia de la novela”, como se explica abajo. Espero que algún día podamos disfrutar de una nueva época de buenas novelas, que creo que en nuestra literatura actual sí escasean.
Se habla mucho y desde hace tiempo del fin de la novela: fundamentalmente los futuristas, los surrealistas, casi todas las vanguardias. Veían desaparecer la novela en el camino del progreso, en beneficio de un porvenir radicalmente nuevo, en beneficio de un arte que no se asemejaría a nada de lo que ya existía. La novela sería enterrada en nombre de la justicia histórica, al igual que la miseria, las clases dominantes, los viejos modelos de coches y los sombreros de copa.
Así pues, si Cervantes es el fundador de la Edad Moderna, el fin de su herencia debería significar algo más que un simple relevo en la historia de las formas literarias; anunciaría el fin de la Edad Moderna. Es por lo que la sonrisa beatífica con la que se pronuncian necrologías de la novela me parece frívola. Frívola, porque ya he visto y vivido la muerte de la novela, su muerte violenta (mediante prohibiciones, la censura, la presión ideológica), en el mundo en que he pasado gran parte de mi vida y al que acostumbramos llamar totalitario. Entonces, quedó de manifiesto con toda claridad que la novela era perecedera; tan perecedera como el Occidente de la Edad Moderna. La novela, en tanto que modelo de ese mundo, fundamentado en la relatividad y ambigüedad de las cosas humanas, es incompatible con el universo totalitario. Esta incompatibilidad es aún más profunda que la que separa a un disidente de un apparatchik, a un combatiente pro derechos humanos de un torturador, porque no es solamente política o moral, sino también ontológica. Esto quiere decir: el mundo basado sobre una única Verdad y el mundo ambiguo y relativo de la novela están modelados con una materia totalmente distinta. La Verdad totalitaria excluye la relatividad, la duda, la interrogación y nunca puede conciliarse con lo que yo llamaría el espíritu de la novela.
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Pero ¿acaso en la Rusia comunista no se publican centenares y millares de novelas con enormes tiradas y gran éxito? Sí, pero estas novelas ya no prolongan la conquista del ser. No ponen al descubierto ninguna nueva parcela de la existencia; únicamente confirman lo que ya se ha dicho; más aún: en la confirmación de lo ya dicho (de lo que hay que decir) consisten su razón de ser, su gloria, su utilidad en la sociedad a la que pertenecen. Al no descubrir nada, no participan ya en la sucesión de descubrimientos a los que llamo la historia de la novela; se sitúan fuera de esta historia, o bien: son novelas de después de la historia de la novela.
Hace aproximadamente medio siglo que la historia de la novela se detuvo en el imperio del comunismo ruso. Es un acontecimiento de enorme importancia, dada la grandeza de la novela rusa de Gogol a Biely. La muerte de la novela no es pues una idea fantasiosa. Ya se ha producido. Y ahora ya sabemos cómo se muere la novela: no desaparece, sale fuera de su historia. Su muerte se produce pues en forma suave, desapercibida, y no escandaliza a nadie.