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El Pensador Amateur | Federico Sáenz Negrete | @FSAENZN

¡Es tardísimo!

Son las siete de la noche y la misa de navidad inicia a las ocho treinta. Para obtener lugar hay que estar ahí antes de las ocho , si no, te condenas a permanecer de pie en una ceremonia larga, hermosa y bien llevada, vale la pena ser puntual. Mi querida esposa no me perdonaría llegar tarde, demostraría falta de interés de mi parte a los proyectos de familia y no hay nada más alejado de la realidad.

El problema es que las ventas están a nivel del suelo, que va, a nivel del subsuelo, del sótano, y con tanto gasto la pasa uno muy estresado. Esta temporada navideña las ventas brillan por su ausencia, no sé si la gente no tiene dinero o no tiene confianza en el próximo año 2010 y prefiere guardar.
El caso es que el Mercedes Benz Elegance 380 modelo 2008, seminuevo, que pensaba vender para sufragar los gastos navideños sigue todavía en el aparador. Es un auto increíble, con solo doce mil kilómetros recorridos es una verdadera delicia. Para levantarme la moral me pienso ir en él a casa, en fin, lo que no se vendió pues ya no se vendió y cuando menos a levanto el ánimo, la cartera seguirá vacía unos días más.

Me despido de mi padre a quien vere de nuevo  en casa del tío Juan como a las diez en la reunión navideña de la familia de mi madre, los Negrete.

Salgo de la cochera del negocio, doblo hacia la derecha para enfrentar el semáforo de la Diagonal Reforma y mientras espero el verde, un hombre mayor, razonablemente bien vestido con chaqueta humilde pero bien cuidada y limpia, gorra de paisano y pantalones impecables me hace señas de que baje el cristal. Lo pienso dos veces pues no es bueno atender ese tipo de llamadas en la calle y menos cuando se conduce un automóvil tan caro como ese Mercedes Benz. Hay algo en su figura que me motiva a bajar el cristal para atenderlo, se ve de condición económica humilde pero acicalado, se ve viejo pero educado, en fin, algo me motiva a escucharlo, ¿Qué mal me puede hacer?

–          ¿Dónde queda el boulevard?… Me pregunta con toda propiedad y exactitud.

¿El boulevard me pregunto yo, cuál, el Independencia, el Revolución, el mismo Diagonal Reforma que estoy presto a tomar?

–          ¿Cuál boulevard? Le pregunto.

–          El grande… Me contesta.

¿El grande? Este tipo en qué época vive, así he oído que los historiadores le llamaban al boulevard Torreón, ahora Independencia, construido en 1952 en lo que era el lecho del tajo de la concha, un viejo canal de irrigación que parte del rio Nazas y va a desembocar hasta San Pedro de las Colonias irrigando todos los ranchos que encuentra en su camino, un verdadero entramado de ramales que activa los cultivos que habrán de producir lo más valioso de la economía de la Comarca. ¿Qué le pasa a este tipo? ¿Por qué le llama así?

–          ¿A quién busca ahí? Le pregunto pensando en mi interior que estoy cometiendo una estupidez al entablar conversación con un tipo que trae el calendario bastante atrofiado.

–          A Bredee, busco el rancho de Bredee.

Tómala, todo mundo conoce que el rancho de don Ernesto Bredee iba desde la colonia Los Angeles donde hasta hace poco estuvo su casa, y ahora es una plaza comercial, hasta lo que ahora es la colonia San Isidro. Bueno, seguramente va por ahí cerca y no me desvío gran cosa en mi camino a casa.

–          A ver, súbase, yo lo llevo.

Sin pensarlo dos veces, el hombre, con sorprendente agilidad para la edad aparentada se sube al Mercedes y le tengo que decir que se ajuste el cinturón de seguridad a lo que me responde que para qué. En fin, con paciencia le ayudo a sujetarse. (¿Qué estoy haciendo subiendo al Mercedes a las siete de la noche a un viejo humilde, aunque bien vestido y por el aroma, recién bañado? Se refiere a sitios y nombres que hace ochenta años no existen. Yo que leo mucha historia de la ciudad y que me junto con viejos que narran sus vivencias y  mis abuelos que eran amigos de todos los terratenientes de la región me tenían bastante enterado de casi todas las historias,  nunca pensé toparme con alguien que siguiera en esa época. ¿En qué problema me estaré metiendo?).

–          Aaaay, qué pena. Me dice el hombre cubriéndose el rostro mientras iniciamos el trayecto. – Usted con la prisa que debe de tener por ir a su cena de Navidad y este viejo necio importunándolo.

–          No qué va, encantado lo llevo. (Pienso para mis adentros, a fin de cuentas es una buena acción de Navidad, ¿No?) Así que vamos a casa de Bredee.

–          Sí.  Dice el buen hombre. – Voy a un sitio que está después de con Bredee, mi esposa trabaja en una casa más allá de con Bredee.

–          Allá lo llevo.

Pienso para mis adentros, a fin de cuentas, qué tanto me desvío, cinco o seis minutos a lo mucho y seguro que me cuenta en el cielo esta buena obra en un día tan importante. Si no va uno a ser generoso en Navidad, entonces cuándo.

–          Aaaay que pena.

Insistió el hombre mientras llegábamos al sitio en donde estuvo la casa de los Bredee y que ahora es una plaza comercial. El hombre se quedó viendo aquello como quien no entiende nada, como quien de pronto pierde piso y no sabe qué ocurrió. Se serena, se voltea hacia mí y me dice:

–           Así no estaba esto…

–          Pues claro que no santo señor, pero dígame donde trabaja su mujer.

–          Aaaay que pena, usted con la prisa que debe tener y yo aquí importunándolo. Me repite otra vez.

–          Que no hombre, que no hay problema, pero dígame ¿dónde trabaja su mujer?

–          Aquí cerca, en la colonia Los Angeles, en la calle Navarro, si , Navarro. Me dice esperanzado de  no equivocarse.

Que bárbaro, pues si ahí pase mis primeros veinticinco años de vida, nada menos que mi barrio, conozco a todos y cada uno de los vecinos.

–          ¿En casa de quién trabaja su mujer?

–          No sé el nombre pero reconozco la casa. Me lo dice ya dudando, lo que me empieza a preocupar.

La calle Luis Navarro de la Colonia Los Angeles tiene 4 cuadras y es cruzada por la ave Zuloaga (en honor de Don Leonardo), la Urrutia, la Amador Cárdenas, la Joaquín Serrano y por último la Adolfo Aymes. La recorremos a vuelta de rueda y el buen hombre no reconoce ninguna casa.

–          Aaaay que pena. La duda empieza a dominar su cara. –  Es una casa grande… de adobe.

–          Nooo. ¿De adobe?

Nunca se hizo una casa de adobe en la colonia los Angeles. Fundada en 1945 siempre ha tenido residencias de alto nivel económico, todas de ladrillo, jamás ha tenido una casa de adobe. ¿Qué le pasa a este hombre? Ya son las siete y media y ya debería yo de estar arreglándome para ir a la misa de Navidad y estoy perdiendo el tiempo en un Mercedes de lujo con un viejo humilde vestido con su mejor ropa y recién bañado que no recuerda la casa donde trabaja su …

Momento. ¿Una casa grande de adobe? Esta colonia fue parte de los ranchos de Don Leonardo Zuloaga, de hecho le llamaban el ombligo de Doña Luisa en honor a Doña Luisa Ibarra de Zuloaga su viuda y al hecho de que por estar en alto estaba protegido contra las crecientes del rio. Luego el Coronel Carlos González Montes de Oca compró esta parte de sus propiedades y trabajó los ranchos. ¿No habría por acá una casa de algún capataz o de algún administrador? Todavía recuerdo que en la siguiente calle, la Feliciano Cobián, iniciaban terrenos todavía con surcos de cultivos no tan lejanos en el tiempo. Cruzando hacia la ampliación los Angeles estaba el rancho de Don Hilario Esparza a donde íbamos a comprar las mejores sandias del mundo, luego ese rancho se fraccionó en lo que ahora es la colonia las Margaritas.

¿En qué época vive este viejo? Mi mujer no me va a creer en el laberinto espacio tiempo en el que me metí por andar de buen samaritano. Detengo el auto y ya molesto le digo al hombre.

–          A ver, haga un esfuerzo y dígame a dónde lo llevo.

–          Aaaay que pena, usté con la prisa que tiene y yo quitándole su tiempo y encima en este coche tan elegante que…

–          Ya, ya, párele, a ver, concéntrese, haga un esfuerzo que ya son las siete con cuarenta y cinco minutos y está a punto de estallar mi paciencia. (La de mi mujer seguramente estaba haciendo erupción en esos momentos).

Me dice el buen hombre:

–           Aquí a la derecha, rumbo al rancho de Hilario, por el tajo del coyote, por ahí.

Doy vuelta en la Adolfo Aymes, tomo la Feliciano Cobián y doy a la derecha en el Boulevard Constitución, antiguo tajo del Coyote (llevaba agua a las haciendas de Andrés Eppen) y me detengo en una gasolinera cercana. Detengo el auto y me bajo pidiéndole al hombre que hiciera lo mismo. Pensé seriamente dejarlo ahí, total, lo encontré en la calle y lo dejo en la calle, que resuelva su vida como pueda, ya son las ocho en punto y debería estar listo para ir a misa, ni modo que me vaya así sin bañarme, realmente la jornada de trabajo deja su aromática huella en mi humanidad y no es conveniente que me presente así a una celebración de tanto abrazo como Navidad. Soy hombre maritalmente muerto.

–          A ver buen hombre, dígame a donde lo llevo (pensé ir a tirarlo al DIF pero nada más de recordar que está por el rumbo del Mercado Alianza me temblaron las piernas)

–          Aaaay qué pena, yo dándole la lata y usted con este carrazo perdiendo el tiempo conmigo.

Hay momentos en la vida en que algo te dice que las cosas no marchan como debiera, que el guión se está saliendo de control, que las cosas están a punto de perder los límites y que la ley de la gravedad está a punto de ponerse en huelga,  que en cualquier momento tiembla la tierra, cae un aerolito y se inicia la espiral destructiva de un tornado.

Realmente me empecé a asustar.

¿Tan grave fue mi error? ¿Abrí una puerta a una dimensión equivocada? ¿Cómo le hago ahora para llegar a tiempo a donde yo debería de estar? Siempre me reprende mi esposa de que pierdo el tiempo en discusiones inútiles, de que hablo de más, de que me esfuerzo demasiado en entender a la gente y en complacerla. ¿Cómo le voy a explicar que no llegué a casa para llevarla a la misa de Navidad por andar paseando por la ciudad a un viejo menesteroso vestido con sus mejores ropas, recién bañado y encima en un Mercedes 2008 que ahora recuerdo no tenía seguro contra daños y accidentes? Si el tipo era parte de una estratagema para robarme el automóvil pues en ese momento perdía la friolera de quinientos mil pesos, suma estratosférica por el ángulo que se le vea.

–          Dígame a dónde lo llevo, no me conteste aaay qué pena… le advierto, mejor concéntrese y dígame a d-ó-n-d-e l-o  l-l-e-v-o.

–          A casa de mi sobrino en la veintinueve.

Me cachis, ahora sí estallé. Eso está del otro lado de la ciudad, justo de donde venimos, para qué me hace traerlo hasta acá (que es por donde yo vivo, por eso no se me hizo difícil hacerle el favor). Ahora voy a tener que llevarlo a casa de su sobrino en la veintinueve, que está casi de donde partimos, dejarlo ahí y volverme a regresar, qué horror, ya no llegue a tiempo.

–          Aaaaay que…

–          ¡Cállese carajo! , súbase y vámonos a dejarlo a la veintinueve de una vez.

Agarro el celular y le marco a mi mujer, tomo aire profundo y le comunico que debido a una emergencia llegaré tarde que se vaya sola a la misa y ahí la alcanzo. Se hizo el silencio que me caló profundo, he de haber sudado bastante pues este tipo de emociones me alteran hasta el límite de mis nervios. Ok, me contesta hasta eso bastante amable, ahí te esperamos.

–          Aaaay que…

–          ¡Ya por favor! Le interrumpo. – Vamos a casa de su sobrino, entre qué calles esta su casa.

–          Entre la Matamoros y la Allende, por la veintinueve.

Vaya, me sonó congruente. Tomé el boulevard Independencia y luego la calle doce que funciona bastante bien como eje vial, en la Juárez doblé a la izquierda para enfilarme rumbo a la casa del sobrino. Todo ese trayecto lo hicimos en silencio, pobre viejo, el par de gritos que le pegué para interrumpir su predecible disculpa había roto la relación, asunto que me importaba poco.

No puedo describir con exactitud cómo me sentía, no sé si ridículo, si estúpido, si fuera de personaje y de guión. Algo extraño estaba pasando. Me sentía el conejillo de indias de alguien que estaba jugando una broma usándome como instrumento. Me llegué a sentir en el cuento de Navidad de Scrooge, ese millonario miserable que se le aparece el espíritu de la Navidad en el famoso cuento de Charles Dickens.

Debo de ser sincero, eso me empezó a gustar, como actor frustrado, imaginarme dentro de un cuento o una película me provoca una diversión que me llena de contento, una pícara sonrisa regreso a mi rostro. De pronto algo me vino a la mente que no me gustó. Scrooge muere para que en ultratumba se le aparezcan los espíritus de la Navidad y le reclamen su tacañería. No, eso no, no en este Mercedes sin seguro contra daños y no hoy que es Navidad y encima que voy tarde a misa, no por favor…

Agudicé mis sentidos para no cometer ningún error de tráfico que diera pie a que se cumpliera en mí el guion del cuento. No me gustaban las coincidencias hasta el momento. Un miserable (en el cuento el niño era el miserable y Scrooge el viejo pero ahora, adaptado a mí, el miserable era el viejo y el conductor del Mercedes, pues Scrooge el tacaño. No quería yo morir asi que hice alto en los cruceros correspondientes a pesar de que la prudencia te indica de que por seguridad no te detengas en los cruceros cuando estén sin autos y encima oscuro. Llegamos al cruce de la Juárez y la veintidós, a una cuadra de Funerales Serna y el semáforo me tocó en rojo. Hice alto total no sin temor, qué mejor sitio para ser asaltado. Si este viejo era parte de un esquema de asalto pues yo había mordido el anzuelo y ese era el sitio perfecto. Me distrajo paseándome por toda la ciudad para llevarme a ese sitio y asaltarme con total impunidad. Pensé seriamente pasarme el rojo pero hice acopio de mi paciencia y me mantuve quieto.
Mal se puso en verde iba a oprimir el acelerador pero algo me hizo esperar. Volteo hacia la calle que cruza con la veintidós y que ahora tenía el semáforo en rojo y veo venir a toda velocidad una camioneta Explorer modelo 1994 color negra con calcomanía de onappafa que al aproximarse al crucero oprimió el pedal de frenos provocando un estruendoso y amenazante chillido de llantas al derrapar angustiosamente en el pavimento. Llegado al cruce y no habiendo reducido significativamente la velocidad, lo cual atestigua el pésimo estado de sus frenos, el imprudente conductor decidió oprimir el acelerador y continuar su camino pasándome como bólido a unos centímetros del cofre. Uuuuuf, ahí hubiese muerto de acuerdo al guión de este cuento modificado de Navidad, uuuuff, uuufff, qué barbaridad, en qué lío estoy metido, qué sigue Dios mío, qué sigue, yo solo quería ir a misa de Navidad con mi familia y se me ocurre en mal momento bajar el cristal del Mercedes para atender a un viejo que me hacia aspavientos.

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Las piernas me temblaban, por la Juárez di vuelta a la izquierda en la veintiséis. Crucé la Morelos, la Matamoros, en la Allende y  di vuelta hacia la derecha para tomar rumbo a la veintinueve y dejar al viejo. En la veintinueve di vuelta a la derecha rumbo a la Juárez para que por fin reconociera la casa de su sobrino. No podía creerlo, volvió a poner cara de que no reconocía el lugar. No, francamente ahora si estaba yo a punto de cometer alguna tontería, cuando alguna neurona le funcionó y me dijo:

–           ¿Dónde queda la Pepsi?

Otra vez, hace sesenta años la Pepsi Cola estaba instalada en la Juárez y 25, justo donde ahora esta PALSA. Seguí por la veintinueve hasta la Juárez. Efectivamente, en la esquina de la veinticinco está ahora Palsa, bueno, al menos ya traemos el rumbo correcto.

–          Por ahí es, me dijo.

Casi en trance producido porque dos o tres neuronas le funcionaron simultáneamente, espeta:

–          Después esta el café Monky.

Sí efectivamente ahí estaba la instalación original del Café Monky que ahora construyo moderna factoría en la Ciudad Industrial pero ahí inicio sus operaciones.

–          Luego sigue una farmacia en la esquina. Dijo el viejo que estaba francamente iluminado.

Efectivamente, brincaba yo de gusto a pesar de que ya eran las ocho con cuarenta y cinco de la noche y para entonces el padre Carlos Martínez ya estaría dando el sermón de Navidad, ahí está, ahí está en la esquina la farmacia que el iluminado viejo dijo, ya van tres señas correctas, la Pepsi, el café Monky y ahora la farmacia, bien, bien, bien.

–          Después de la farmacia, viven los Trujillo y luego los Méndez, mis sobrinos.

Casa de los Trujillo decía un letrero en la casa aledaña a la farmacia, Dios mío, gracias, gracias, estoy volviendo a la dimensión correcta, ya me voy saliendo del cuento ese en el que me metí por andar bajando el cristal del Mercedes. Enseguida de la casa de los Trujillo estaban unos jóvenes tomando cerveza que, al vernos, saludaron al viejo.
Gracias Dios mío, lo conocen, los conoce, aquí es. Me estacioné y raudo me lancé a abrirle la puerta al viejo. Los sobrinos, cerveza en mano, se abalanzaron a abrazarlo.

Llegada espectacular del viejo, en Mercedes modelo 2008 y encima con chofer güero.

Uno de los sobrinos se me acercó demasiado cerca como para darle un golpe a su tufo de malta y alcohol y me abordó:

–          Tons qué maestro, aliviánenos con un           six.

 El resto de los sobrinos se encaminaron hacia mi persona que instintivamente ya se había subido al coche, lo había encendido y en movimiento volví a bajar el cristal del Mercedes pero esta vez para mover rítmicamente la palma de mi mano y despedirme de los sobrinos que querían redoblar su dotación Navideña de cerveza. Adiós, viejo que me trajiste angustiado por toda la ciudad en un momento en que mi familia me esperaba en misa.

Cerré el cristal del auto y jure no volverlo ni siquiera a tocar. Me sentía de vuelta a la realidad, ni yo me creía lo que me acababa de suceder a pesar de haberlo vivido en carne propia.

Llegué raudo a la casa, me bañé en tiempo récord, me puse un traje obscuro y me fui a misa.
Mi familia estaba de pie pues llegó tarde por esperarme hasta el último minuto. Me coloqué al lado de mi mujer y le dije el clásico:

–           No me vas a creer lo que me pasó… Ella,
sabia que es, ni se inmutó.

Es justo decir que mi mujer pasó una incómoda cena de Navidad pensando que tenía un esposo irresponsable y de alguna manera tenía razón. Mis sobrinos se morían de risa con los retazos del relato que yo estaba dispuesto a revelar, mis hijos me veían con esa sospechosa sabiduría que tienen, asumían que decía la verdad pues nunca les he mentido. Sonaba realmente increíble el relato pero ellos saben que me suceden situaciones poco comunes, que las historias se entretejen en mi camino con la misma creatividad con la que yo enfrento mi lucha diaria por lograr una subsistencia decente.

En fin, tomé una copa de buen rioja, aspiré con profundidad el aroma, bebí un trago largo, paladee el milenario sabor de la uva fermentada y mirando hacia lo más profundo del jardín recordé que no le pregunté al viejo cómo se llamaba….

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