¿A poco no es cierto que, si se pierde la capacidad de indignación, es que antes se perdió la dignidad? A fuerza de golpes de corrupción, violencia e inseguridad, fallas, deficiencias e ineficacias gubernamentales, el límite de resistencia crece y crece, hasta que se agota la capacidad de asombro. Y tú podrás decir: a mí me indigna lo que está sucediendo en el país. Pero ¿qué haces para manifestar tu indignación, más allá de una mentada en la sobremesa o un exacerbado tuit o un enardecido post?
Todos despotricamos contra la megadeuda estatal y el pésimo estado de las banquetas y la desincronización de los semáforos y la falta de agua en la colonia y el drenaje tapado y la incapacidad policíaca y el cierre de las guarderías y la fallida o ausente estrategia de seguridad con la larga fila de cruces y las graves carencias en el sector salud y la pésima educación que reciben nuestros niños en la mayoría de las escuelas públicas que están en deplorables condiciones y… párele de contar.
Cierto: todos despotricamos y nos decimos indignados… pero no hacemos nada. Y la indignación sin acción no contribuye a la solución. Empecemos por cuestionarnos: ¿qué he hecho yo o qué he dejado de hacer para que el país esté así como está? Y luego de respondernos esto, preguntarnos: ¿Qué debo hacer para coadyuvar a enfrentar la problemática social, económica, política y de inseguridad que estamos viviendo?
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¿He sido proactivo y positivo, más que reactivo y negativo? ¿Me he unido a algún organismo cívico para poner mi granito de arena, exigiendo a las autoridades que cumplan con su responsabilidad, aportando propuestas y dando parte de mi tiempo, de mis capacidades y de mis recursos intelectuales, materiales y económicos para contribuir a mejorar mi entorno? ¿Cumplo con los reglamentos, leyes y normas que nos rigen, para tener la calidad moral y cívica de exigirles a mis gobernantes y legisladores eficiencia en su trabajo y resultados óptimos?
¿Estoy educando a mis hijos con el ejemplo para que sean los ciudadanos que este país necesita? Si las respuestas fueron negativas, entonces somos parte del problema; si fueron positivas, somos parte de la solución y estamos haciendo lo que nos toca para cambiar el deprimente panorama de una nación sin esperanza por el alentador horizonte de una sociedad activa y despierta, en busca de la dignidad perdida. ¿A poco no…?