Los líderes de opinión en este país parece que se pusieron de acuerdo. La gruesa y tremenda visión que tienen acerca de nuestro presidente es asombrosa. Ni los cuadros, ni los cebollazos, ni los boletines, ni los publirreportajes ni todas esas artimañas que muchos pseudoperiodistas utilizan han sido suficientes para disminuir la avalancha que ha pulverizado la imagen de un líder que ya no es líder y de un presidente que tiene el respeto de un perro callejero en medio de una carretera altamente transitada.
Denisse Dresser tituló “Estupidez peligrosa” a su columna de ayer en el periódico Reforma. En ella destrozó y apabulló la imagen de un presidente derruido y sumido en la vituperación de un pueblo harto y avergonzado por tan inepto gobernante.
Jesús Silva-Herzog Márquez le llama estupidez y traición a lo que Peña Nieto le hizo al país al invitar a Donald Trump para dialogar y recibir en la cara una burla descarada de un xenofóbico e ignorante yankee promotor de ideas fascistas y de ultra derecha.
Jorge Ramos cuestionó con sangrienta pluma al presidente. Afirmó en su columna que se encogió y que no supo qué pensaba al haber invitado al enemigo público número uno de la nación.
Jorge Volpi hizo un rápido análisis sobre los muros que se han construido a lo largo de la historia y que no han servido para impedir la travesía de las personas. También muestra su dura indignación ante un presidente enclenque, timorato, cobarde, torpe y poco sensible.
Héctor Aguilar Camín narra cómo es que, en nuestra sociedad, devorar y criticar al presidente en las redes sociales es casi un acto patriótico. Insiste en que la poca popularidad que tenía se desvaneció después de haber invitado a Trump y se ridiculizó al anunciarse el rechazo de la invitación que recibió Hillary Clinton al país.
No hago mención de estos líderes de opinión para resaltar su trabajo o para inferir que sólo ellos son quienes deber ser leídos y atendidos. Lo que quiero decir es que, a pesar de sus diferentes intereses, y a pesar de las empresas que representan, todos entienden que la figura presidencial está carcomida en tíner o en un ácido mucho más corrosivo capaz de desaparecer cualquier atisbo de aceptación hacia el mandatario mexicano.
La única opinión que encontré y en la que señaló como un error por parte de Hillary Clinton el no haber aceptado la invitación y como un acierto, el haber invitado a Donald Trump, es la de Carlos Marín, pero todos aquellos que conocemos y consumimos los contenidos de los medios, sabemos que él hace la figura de abogado del diablo y de defensor de las instituciones que tienen corroída las estructuras sociales del país.
La opinión más importante es la del ciudadano. La popularidad del presidente está abajo del 20%. El respeto que alguna vez tuvo, no por su brillantez ni por su buen trabajo ni por sus habilidades políticas, sino simplemente por el puesto que ocupa, se ha desvanecido.
Por dignidad, por amor propio y por respeto a su país y a su mismo partido que también tiene la credibilidad de un orangután hablando de física cuántica, es necesario que el presidente dé un paso al costado y asuma que, a pesar de tantos malos gobernantes y tanta corrupción y tanta impunidad y tanta estupidez a lo largo de la historia, sin duda, él se lleva el primer lugar.