El hombre que quería matar al último búfalo entró a las seis de la tarde en aquella cantina en aquel ejido olvidado en el desierto.
De cabellos largos y negros, piel color cuero y gran nariz entre dos ojos tocados por la noche, el hombre se sentó en la barra, de frente al cantinero de antiguos cabellos rubios y una cicatriz circular en su mano derecha, blanca y arrugada como papel.
El hombre pidió su trago. La manera de pedirlo fue tosca, pero el cantinero no le dio tanta vuelta. A fin de cuentas, nadie era un derroche de modales por ahí.
Estuvieron sus primeros diez minutos formales en silencio. “¿De dónde vienes?” preguntó el cantinero, tenía la buena costumbre de no rehuir una buena plática con sus clientes. “De cazar”, respondió el hombre, parco como todo él. “¿Y qué cazas?”, siguió el veterano. Por fin uno interesante, pensó. “Bestias”, aclaró el hombre, con algo parecido a una sonrisa en su rostro, formado como la madera.
Estuvieron otro rato sin hablar. Los demás parroquianos de la cantina se fueron retirando uno a uno en silencio. Nadie supo decir por qué.
“Es justo matar bestias”, dijo el cantinero, intentando no dejar ir tan curioso sujeto, “pero eso por sí sólo no lo hace interesante. ¿Qué hay detrás? ¿La recompensa es buena?”, “La única recompensa es que los muertos de mi pueblo puedan descansar en paz”, dijo el hombre, mientras dejaba en la barra un cuchillo largo, de caza, enfundado en cuero tratado artesanalmente y con tejidos rituales, herencia de hace muchos pasados.
El cantinero miró al hombre. En el fondo de una tumba había más sonido que en aquella escena. El veterano se dio cuenta que era tarde para tomar la escopeta bajo la barra.
“¿Qué bestias buscas?” preguntó entonces, resignado.
El hombre apuró su trago sin dejar de ver los dos orbes grises del cantinero. “Búfalos”, respondió, “me costó mucho, muchísimo, pero por fin los maté a todos. Lo bueno es que, en una emboscada, marqué al último con un balazo en la diestra.”
La tarde de pronto se transformó en negro, y cayó la eternidad. El hombre desenfundó y cortó el cuello del cantinero.
Y así cumplió su sueño de matar al último búfalo.