Por Miguel Ángel Centeno
Indudablemente las posturas radicales se han fortalecido en los tiempos actuales en nuestro país así como en otros países, sectores de grupos ideológicos caminan hacia el dictado de la polarización y la intolerancia, la libertad de expresión se tiñe con matices de una libertad de imposición, de combate sin cuartel, más allá de una denuncia o de una lucha de derechos, se convierte de manera preocupante en un semillero de odio.
Posiciones políticas, sociales, de derechos humanos que han nacido por causas justas y evolucionadas se ven de pronto ensombrecidas por sectores que abanderaron sus causas para vomitar frustraciones personales, para luchar de manera encarnizada contra enemigos que parecen surgir de sus propias sombras, basados muchas veces en impresiones, en una lectura rápida de una noticia sembrada para provocar sentimientos combativos y poco se profundiza en una investigación y un análisis profundo. Los grupos más radicales tienden generalmente a la generalización característica que deja ver más demonios internos que externos y que han sido motivo de grandes masacres a lo largo de la historia.
No basta con enfrentar las crisis que atravesamos en estos momentos, tenemos que leer o escuchar a cada instante en los medios una impresionante violencia replicada muchas veces por los mismos ciudadanos, todos contra todos en una lucha que no terminará jamás, y mientras seguimos insultando a los contrarios y pidiendo cosas que jamás se conseguirán mediante los likes de una publicación el futuro nos observa atentamente.
En un escenario de demandas a golpes, insultos a la máxima investidura del país, burlas, palabras ofensivas, expresiones sin filtro y mítines enardecidos en tiempos donde deberíamos estar en casa, niños y jóvenes reciben nuestro ejemplo y nuestras enseñanzas, enseñanzas al grito de guerra, donde señalamos indirectamente a las nuevas generaciones que no es importante insultar al presidente, golpear policías y rayar monumentos, llamar pinches asesinas a las mujeres que luchan por sus derechos, o hacer insultos clasistas a tus disidentes políticos, o hasta alegrarte de la enfermedad de un mandatario; lo más importante es imponer tu punto de vista ante todo cuando crees que tienes razón.
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En todo este camino no sufre un descalabro solo nuestro adversario ideológico, se deja un antecedente de la inutilidad del respeto a las jerarquías, a las leyes, una incapacidad de contener el impulso agresivo. No nos quejemos después de que los adolescentes no hagan caso y hasta insulten a sus padres, de que niños asesinen en las escuelas, de que robar sea el más simple de los hábitos de un joven empleado, de utilizar a las personas y volverlas desechables.
Es necesario hacer una pausa y reflexionar, somos libres de expresar pero en esa libertad tenemos también una responsabilidad de respeto hacia el mundo, un desafío mental y emocional por luchar de manera organizada y efectiva, no como masas enardecidas, sino como personas que han conseguido un estado de derecho y una civilidad política.
En nuestras manos está el país que queremos construir para nuestros niños y jóvenes, en nuestras manos está mostrarles una ruta de diálogo y de construcción o en su defecto de darles las armas con las que serán destruidos dentro de pocos años.