Por Elena Palacios
⸺Llevo horas esperándote ⸺reclama Liliana y sus ojos chispean⸺, ¿y el frasco de café y el azúcar?
Ángel se acerca a besarla en la mejilla y murmura:
⸺No vengo solo.
La mujer disimula la sorpresa cuando al instante un hombre alto y apuesto aparece bajo el marco de la puerta.
⸺Buenas noches, tú has de ser Lili ⸺y luego de besarla en cada mejilla la toma de las manos estirando los brazos para verla de arriba abajo⸺. Angelito no mintió: eres preciosa.
⸺Gracias ⸺la palabra sale un poco nerviosa⸺. Ángel dijo que tomaría un trago contigo, pero no que vendrías ⸺dice más controlada y sonriente⸺. Pasa, ¿Javier, verdad?, estás en tu casa.
Javier responde que sólo un momento pues tiene otro compromiso. Se sienta en el sofá que la mujer de su amigo le señala. De la recámara llega el llanto de un bebé.
⸺En seguida regreso ⸺se disculpa Liliana⸺, se despertó la niña. Ángel, no seas descortés, ofrécele algo a Javier ⸺ordena pellizcando con la voz a su marido.
Con un gesto, el invitado da a entender a Ángel que no haga caso y mientras el anfitrión entra a la cocina, Javier admira el buen gusto de los muebles y la decoración. Desde afuera la casa es muy parecida a las demás en esos fraccionamientos de mediana categoría, pero por dentro se siente la impresión de hallarse en un pequeño departamento de lujo. Según le contó Ángel, no tienen sirvienta pero Liliana, además de su incuestionable buen gusto, se esmera en el orden y la limpieza.
⸺Tienes una casa muy elegante ⸺reconoce ante Ángel que trae dos vasos y una botella en la mano.
⸺Gracias, hermano, viniendo de ti, ese comentario vale mucho.
Liliana aparece con el bebé en brazos. Es aún un pequeño bulto arropado entre inquietas sabanitas rosa pastel. Unos minutos de arrullo materno bastan para que la niña vuelva a dormir.
⸺Lamento mucho el contratiempo ⸺dice Javier en voz baja⸺, ya me voy pero escuché que necesitan algo de la despensa, vi que a unas calles está un minisúper, ¿quieren que les traiga algo?
Antes de que su marido reaccione, Liliana enrojece y para no despertar a la niña, ahoga la exclamación:
⸺Cómo crees, qué pena.
⸺Pero, mi amor ⸺interviene Ángel⸺, mi amigo puede dejarme en la tienda.
⸺No, no tiene caso que vuelvas a irte a esta hora ⸺dice como lo diría una madre al hijo adolescente⸺. En todo caso, que Javier sea tan amable de llevarme al súper ⸺se acerca a su marido y le pone la criatura en los brazos⸺. Tú tardas mucho para todo, mejor voy yo y regreso rápido.
Ángel sólo atina a acomodarse a la pequeña mientras Liliana y Javier se dirigen a la puerta.
⸺No la despiertes ⸺advierte a su esposo antes de salir.
Ángel mira la carita de su hija dormida mientras da un repaso mental a la tarde de ese día.
Tenía ocho años sin ver a Javier. Fueron compañeros durante la preparatoria, en las que él se aficionó a estudiar y su amigo a enamorar chicas No dudó cuando a través de las redes sociales su amigo le avisó que estaría dos días en la ciudad, antes de tomarse unas vacaciones en Estados Unidos. Javier desempeña un puesto gerencial en una empresa importante en la capital. Quedaron de verse en el bar del hotel que hospeda a Javier.
Es un tipo genial, piensa Ángel, siempre con ese don de gentes, con esa seguridad para todo, si no lo admirara le tendría envidia; lo que sí me cae mal es que me diga “Angelito”, como si yo fuera un pobre hombrecito y no lo soy.
Ángel no es que sea bajo de estatura, pero apenas sobrepasa ese rango. De complexión delgada y piel muy blanca, tiene las manos finas y las uñas recortadas y limpias. Lo que más sobresale en su rostro son los ojos, no por grandes, sino por pequeños y con una cierta expresión caricaturesca. Al graduarse de ingeniero civil consiguió empleo en una dependencia del gobierno en la que le va bien. Pero se enamoró de Liliana, de sus ojos azules y de sus modales de niña rica. Gastó sus ahorros en ella: ropa, zapatos, algo de joyería; y en la casa: muebles, decoración. Él no tiene auto, dentro de un año que termine de pagar la casa comprará uno, mientras se conforma con que Liliana disponga de la camioneta de señora, regalo que enganchó con el aguinaldo hace tres navidades y que está a punto de saldar.
Esa tarde vistió y calzó lo mejor que pudo. Llegó al bar cinco minutos antes de lo acordado y tuvo que esperar siete más antes de que Javier apareciera. Al aparecer su amigo, Ángel se dio cuenta de los murmullos despertados en la mesa vecina ocupada por tres mujeres.
Javier también iba bien vestido, pero tan diferente. Mientras él llevaba saco y corbata, Javier confiaba en su galanura vistiendo ropa informal. Fina, eso sí. Fina y muy costosa.
Los amigos se saludaron con un abrazo fuerte y bebieron, no un trago, como había dicho Liliana, sino una botella de wiski de buena marca. Platicaron de todo: de la escuela y de que qué había sido de tal o cual compañero. Recordaron viejas bromas y Javier quiso saber del trabajo y del matrimonio de Ángel. Luego se dedicó a hablar se sí, de su éxito en los negocios y con las mujeres. Se les fue el tiempo sin sentir, como ahora, en que ya pasaron casi treinta minutos y su esposa no regresa.
El brazo de Ángel se acalambra y al querer masajearlo despierta a la bebita que primero hace pucheros y enseguida empieza a llorar. El hombre se levanta del sillón y comienza a pasearse por la sala para arrullar a la niña pero no lo consigue. Ha de tener hambre, piensa y se dirige a la cocina.
Con un solo brazo y malos modos, busca un recipiente y pone a hervir agua. No para de arrullar a la pequeña y ésta no para de berrear.
⸺Igualita de gritona que tu madre ⸺dice en voz alta y con expresión de fastidio⸺, yo quería un hombrecito⸺, y la niña llora más.
Como no logra callarla, la ignora. Sus ojos de caricatura se concentran en la lumbre de la estufa. Flama de hipnótica belleza azul. Ardiente azul, como los ojos de Liliana cuando olvida todo problemilla doméstico y se permite entregarse a la pasión. Azul de mar sereno que se vuelve furia cuando ella pierde la paciencia.
Más de Elena Palacios: Agrillamiento de morada
“Debes dejar que el agua burbujee cinco minutos”, murmura Ángel, remedando la voz de su mujer. Escucha el clic de la puerta.
⸺Ya regresé ⸺avisa Liliana sin gritar, pero suficiente para que el llanto de la niña retome fuerza, como si diera quejas de su padre.
El azul furioso de los ojos femeninos es una ráfaga de fuego sobre su marido.
⸺¿Qué le hiciste? ⸺reclama mientras le arrebata a la pequeña.
⸺Pues nada, ¿por qué tardaste tanto?, hace casi una hora que…
⸺Ya, chiquita ya ⸺consuela a su hija⸺. No exageres, Ángel, había mucha gente. ¿Qué le hiciste a la niña?
⸺Pues nada, mujer, qué le iba a hacer, tiene hambre. ¿Y de verdad tanta gente como para que tardaras tanto? ⸺en el tono de su voz gotea la desconfianza.
⸺Ay, Angelito ⸺dice sin ganas y dándole la espalda⸺, en cuanto la niña termine su biberón me voy a dormir.
⸺No me digas Angelito ⸺reclama, pero Liliana ni lo escucha, va camino a la recámara sin dejar de hacer mimos a la niña.
En la habitación y desde su lado de la cama, Ángel observa los movimientos de su mujer. Liliana pone a la pequeña dormida en la cuna. Luego se mete al baño a lavarse los dientes y la cara. Se sienta ante el tocador. Sabe que su marido la observa pero finge concentrarse en lo que hace. Toma una toallita de algodón y la humedece con el líquido transparente de una botella. Se pasa la toallita por la cara y el cuello. Después abre un tarro de crema y toma un poco para untarse en la frente, las mejillas, el mentón, el cuello, el escote. Busca un envase más pequeño en el que moja las yemas de los anulares. Unta la crema haciendo círculos alrededor de los ojos cerrados. Ángel la mira en silencio, pensando qué pudo haber pasado en esa casi hora de su mujer con su amigo de la prepa.
Liliana concluye su rutina mientras suspira profundo y una leve sonrisa contrae sus labios. Al fin abre los ojos. Por el espejo, Ángel ve esos ojos en los que hace rato hubo tanta furia. Ahora no, ahora la mirada azul de su mujer sólo trasluce el apacible fuego del antojo satisfecho.