¿A poco no es preferible ser optimista que pesimista para ver una dificultad como una oportunidad y no al contrario? Tampoco se trata de pecar de iluso ni de tapar el sol de la realidad con el dedo del autoengaño. Es cierto que las expectativas del país en materia económica y de seguridad pintan un panorama adverso e incierto, aunque los deseos vayan en sentido contrario y los propósitos apunten a poner todo lo que esté a nuestro alcance para que la situación se revierta en la medida de lo posible.
Por desgracia, el presidente López Obrador no distingue entre expectativas, deseos y propósitos, pecando de un iluso optimismo en el que el realismo pragmático brilla por su ausencia y la autocrítica queda anulada por el autoengaño. Prueba de ello es que el primer mandatario no se cansa de asegurar: Vamos bien aunque podemos ir mejor. ¿De veras lo cree, cuando 2019 cerró con un récord nada presumible de más de 38 mil homicidios, es decir, uno cada 15 minutos a lo largo de los 365 del año?
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¿Es de ufanarse un decremento económico de -0.1%, cuando prometió que sería del 2% en su primer año de gobierno y del 4 al final del sexenio? ¿Y qué decir de la incertidumbre generada por las acciones fallidas de gobierno, las decisiones autoritarias y el empantanamiento de la gran mayoría de los proyectos de infraestructura, decididos sin sustento técnico ni fundamento social ni viabilidad económica, lo que ahuyentó inversiones productivas e inhibió la generación de más y mejores empleos?
No, señor presidente. No vamos bien, aunque sí podemos ir mejor, para lo que deberá proponerse cambiar el patético y antiético escenario de la polarización maniqueista de buenos contra malos, de sus otros datos que no coinciden con la realidad y de su iluminado mesianismo, por el promisorio y alentador horizonte de la empatía, la tolerancia, el reconocimiento de errores y la capacidad de rectificarlos para ver la anhelada metamorfosis que transforme al iluso optimista en el pragmático realista. ¿A poco no…?