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Por Alejandro González

“Y vuela lejos el hombre, que nada se interponga ni cruce tu vida, la noche repentina se cierne y te vende falsas sombras”

José Luis Medina

La noticia de su muerte a mediados de este mes de julio fue un suceso que se vino a sumar a la complejidad de estos últimos tiempos, no sólo por la amistad que habíamos forjado a pesar de la diferencia de edades sino porque se perdía a un ser por demás importante con una visión única en el mundo y que fue un pilar de la cultura en una región golpeada por la violencia.

José Luis Medina

Nacido un 3 de septiembre de hace ya muchos años, el maestro José Luis Medina creció bajo el cálido sol porteño de Acapulco, tenía la piel morena y la mirada muy inquieta. Su voz era media, muy pensada, como de locutor. Como él mismo decía, desarrolló este timbre, pues desde muy joven perteneció a grupos de teatro; pero no sólo el teatro fue su afición, pues en su inquietud también se desempeñó como cantante, escritor, poeta, pero sobre todo pintor y dibujante. Pedagogo de profesión, su ocupación fue durante mucho tiempo el servicio público gubernamental.

Durante una de las giras teatrales conoció en persona a la pintora surrealista Sofía Bassi, una señora de sociedad que se encontraba presa en la cárcel de Acapulco por el homicidio de su yerno, del cual se han especulado muchas cosas. Ambos formaron amistad y ella fue quién lo alentó para que comenzara a dibujar y le dio sus primeras lecciones. Con el pasar de los años la influencia de la artista se volvió muy marcada en el trabajo del maestro medina, pero sin perder el toque de su propio estilo. Ganó becas y concursos, pudo visitar Europa y Norteamérica, en donde expuso también su obra.

Generalmente trabajó formatos pequeños y medianos, preparaba sus propios tonos y nunca usaba el color blanco, a través de solventes las texturas de sus obras parecían sacadas de las entrañas de la tierra, el trazo siempre fino y delicado contrasta con el colorido de su temática. Su conglomerado creativo puede inducirse como surrealista y fantástico, aunque la expresión que el creaba en torno a estos trabajos iba mucho más allá con una carga simbólica sumamente fuerte.

Intrigado por las experiencias con los opiáceos experimentó con técnicas para plasmar en un lienzo las experiencias que los mismos producen. “las emociones y reacciones químicas del cerebro, junto con las implicaciones filosóficas emergentes de este instante, es parte esencial de la vida de sueños y realidades de cada uno”.

Fascinado por los el misticismo angelical y su elevado carácter pintó ángeles hasta el cansancio y en últimas fechas se preocupó por la degradación del medio ambiente y el contexto en el que vivimos.

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Nunca firmaba sus obras, pero los lo que conocieron bien su trabajo podrán reconocerlo por su carácter con mucha facilidad. El maestro nunca subsistió con la pintura y aunque fue reconocido y valorado dentro de la comunidad local, bien valdría la pena darle el valor y reconocimiento a su memoria y a las emociones que producen sus pinturas.

Ahora el maestro está con los ángeles que tanto pintó y estoy seguro que desde lo alto contempla el mar, la exuberante vegetación de su suelo porteño y estará presente en cada suave brisa de verano, ese mismo verano en el que lo conocí hace un tiempo, el mismo verano que se lo ha llevado.

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