Por Patricia Hernández González
«Los italianos piensan que el mundo es tan duro que hace falta tener dos padres, por eso todos tienen un padrino».
El padrino es una figura simbólica de proveer cuidados, esta posibilidad tiene mucho significado, mucho de jugar roles, según las exigencias de la vida, según el tamaño del paquete.
Para empezar pienso en darle voz a las versiones, digamos, funcionales que durante buena parte se adoptan y se adaptan a las circunstancias.
Por ejemplo… Apadrinar, es actuar en forma voluntaria para proteger o beneficiar a alguien. Desapadrinar, es rehusarse, negarse a cumplir dicha acción o desaprobarla. Padrinazgo, asistir en calidad de padrino.
Apadrinamiento, llevarlo a la acción, el efecto de apadrinar.
Así también el “Padre de su ahijado” anticipa su origen religioso.
Sin embargo, aquí mi intención es darle identidad al otro tipo de padrino. La política en tiempos de elecciones, esa es la señal que lo distingue, la oferta que anuncia y amenaza a los traidores. Como si el juego le perteneciera a otro, tan cerca como lejos de que andan en campaña. Donde los enemigos suelen olvidarse y los amigos recordarse.
Tengo la impresión de que algo dice cuando llega esa línea de propaganda electoral, las vibraciones mueven, andan de quimera en quimera, a pie juntillas y a prueba de consignas.
Teniendo a ‘El Padrino’ siempre es fácil defender, queda dentro de los límites de la causa que promueven.
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El término adquiere mayor provecho, mayor fuerza de respetable personaje. Ahí crece en dimensión, convertido en el núcleo que derrama privilegios, de un estrujo que lleva al escaño moral y económico donde forman cofradías. La máxima carta es la lealtad, útil y aplicable debe ser de un vínculo tan estrecho para hacerlo indestructible. Fungir en la mejor alianza; el acompañamiento de ir de la mano y sin perderse de vista ─nada de andar de ventajoso─, la boca no se distrae y no descubre a la cabeza. Decir si cuando es no, decir no cuando se quiere decir sí. La complicidad de ser en el camino un apoyo para calmar las aguas cuando estas se pongan bravas.
El padrino y ese círculo de candidatos, cada vez más dispuestos del espectáculo público para decir lo que no saben, lo que no entienden, lo que en capacidad no pueden hacer. De contar una y otra vez las formas de arreglar el mundo. Sus formas del mundo remoto e imaginario de sus ambiciones.
Puesto que si lo determinara un proceso al conjugarlo, el verbo “convenir”, tiene propiedad y una chispa de viveza.
“Si sí puede convenirme, puede o no convenirte, convenirnos sin querer el nivel de conveniencia. Y si no hay resultado conveniente, en cada gramo de la masa de pueblo llega el inconveniente. La inconveniencia del perjuicio, daño y deterioro, de la desventaja y del quebranto”.