Tus ojos
brillo ámbar
que sigue reflejando ternura.
Tu sonrisa
que nunca se desvaneció;
Incluso cuando tu sádico salvador,
se colaba por tus venas, con una pesadumbre vertiginosa,
en un afán de liberarte de aquel presagio canalla,
sin importarle luchar contra la persona que intentaba
mantener con vida.
Quizá eras más delgada,
creo incluso más pequeña,
más frágil, tu cabello había cedido en la disputa
y tu redondez olvidó su simetría,
pero tu belleza dio una pelea inverosímil,
demostrando que no sólo la simetría es bella.
Mientras aquel salvador antagónico, como solo él puede ser,
te llenaba las entrañas y ventrículos
alebrestándolos en incendio angustioso y despiadado,
corroyendo al enemigo y todo lo que encontraba a su paso.
Los días se volvieron meses,
los cuales parecían eternidad,
bucles de tiempo agonizantes;
mientras te esforzabas por mantener
dentro los nutrientes que, como una jauría furiosa,
querían colarse por tu garganta ensangrentada,
por las inminentes estampidas
de lo que se supone te mantendría de pie.
Escribo esto con la admiración
que lo hace el testigo impotente
de ese sadismo que no merecías.
Pero no fue del todo verdad…
Quisiera creer
que tú no perdiste tu semblante ni un solo día
a pesar de la ingratitud de tu cuerpo,
el cual auguraba incertidumbre y muerte
después de que quizá olvidó ser fuente de vida.
Qué luchaste siempre al pie del cañón
y con una espada desenvainada,
siempre valiente sin que te flaqueaba el cuerpo entero
marchitándose por una guerra sin sentido contra sí mismo.
Sin embargo todavía resuena tu llanto
lleno de miedo e impotencia,
el cual más allá de ser por un dolor,
ya lo suficientemente feroz al grado del desquicio;
era eco de tu miedo a dejar indefensas
a las personas que siempre te esforzaste por proteger.
Pues sabias en carne propia lo cruel y aterrador
que el mundo puede ser.
Un llanto que nos ocultabas
detrás de una sonrisa dulce,
por esa necia lealtad a la bondad maternal
qué llevas arraigada en el alma.
Ya fuera con cabello artificial,
maquillaje que en vano ocultaba tu cansancio
acumulado debajo del brillo ámbar que nunca ceso,
al menos no en mi presencia,
o tu vivacidad altruista
qué no te dejaba darte por vencida.
Escribo estas líneas
con un sentimiento familiar
que se arraiga en mi garganta
y una pena salada que se me derrite
en mis ojos tristes,
recordando mi repudiada inutilidad
por no haber sido una aliada más fuerte
en el batallón de tu injusto suplicio.
De aquella casualidad despiadada y déspota
quien antes de marcharse te arrebató, como trofeo,
una parte de la armadura que protege tu espíritu,
una pieza que ahora me parece insignificante…
Ilusa,
ya que a mí no se me arrebato
a pesar de haber pecado más que tu
en tan pocos años…
Escribo estas líneas, como te digo,
con un sollozo infantil y lastimero,
incomparable a la tortura por la que transitaste
y de pronto no puedo evitar
que se cuele una sonrisa que me consuela
ya que a pesar de todo…
…Estas aquí,
para leerme y más importante aun,
regalándome la poesía más dulce, mi favorita:
Tenerte un día más en este mundo cruel y aterrador
qué ya no lo es tanto, estando tú en él.