Por Ari Lázaro Maya Dávila
Es muy difícil pensar y escribir sobre el aborto porque es un tema que, más que pensarse, se siente, y se siente normalmente sólo de dos formas y puntos de vista mutuamente excluyentes: «conjunto de células»/«ser humano», «producto»/«persona», «interrupción del embarazo»/«asesinato», «derecho a decidir»/«sí a la vida», «maternidad deseada»/«maternidad por naturaleza», «12 semanas»/«concepción»; son todos términos e ideas que nos reflejan que nos encontramos frente a un asunto dramáticamente polarizado.
¿Por qué es esto así? ¿Por qué no puede haber diálogo y cada contraparte está tan absolutamente segura y cerrada en su forma de ver e interpretar las cosas? Pienso que este carácter de «irreconciabilidad» se debe a que, a mi parecer, ambas partes debatientes no son del todo francas en aspectos esenciales de la materia.
Diré cuáles son estos aspectos con el fin de poder aclarar mejor el asunto y problema ético-existencial del aborto (porque no se trata solamente de un asunto abstracto de ética y conceptos como «vida» y «ser humano», sino también, y sobre todo, de una situación plenamente concreta y encarnada en el vientre de la mujer que vive el drama de esta circunstancia).
Pues bien, sostengo que los «proaborto» no son sinceros al decir que un embrión no es un ser humano que posee el mismo valor y estatuto ontológico que otro que se encuentra en una etapa superior de desarrollo, llámese bebé, niño, adolescente, adulto o anciano; y afirmo que los «provida» no son suficientemente empáticos ni realistas al pregonar la defensa de esta vida humana absolutamente por sobre cualquier circunstancia, por más dramática, insostenible y complicada que ésta pudiera llegar a ser; en otras palabras, los proabortistas se equivocan al decir que un cigoto y un embrión no es un ser humano y los providistas piensan demasiado abstractamente al decir que bajo ninguna circunstancia es lícito abortar.
Sé que lo que acabo de expresar es muy fuerte y que puede hasta resultar ofensivo y desconcertante para ambas partes, pero tenemos que reconocer que es más fuerte el hecho de que, por no ser sinceros y no exponer las cosas como son, estemos condenados a la riña eterna y a nunca poder llegar a escucharnos. La única forma de escuchar al otro es creyendo que no solamente yo soy el que tiene algo importante y verdadero que decir.
A continuación, justificaré por qué razones creo que tanto una parte como la otra yerran en su idea central. Comencemos por explorar brevemente la cuestión de la innegable naturaleza humana y personal del cigoto y del embrión.
Iré directo al asunto. Sabemos que cuando un espermatozoide fecunda un óvulo se forma un nuevo organismo humano llamado cigoto, que posteriormente pasará a formarse como embrión y, eventualmente, si no hay interrupciones, como un bebé, un niño, un adolescente, un adulto y, finalmente, un anciano.
Asimismo, sabemos que este nuevo ser es un organismo ontológicamente diferenciado de su madre y de su padre, puesto que está compuesto por la unión de los 23 cromosomas proporcionados por el espermatozoide y los 23 cromosomas proporcionados por el óvulo.
Este nuevo ser posee, pues, un genoma propio, al tratarse de un organismo programado en virtud de su ADN, que lo hace único y singular. Ahora bien, nadie puede dudar que este nuevo ser es un ser vivo que pertenece a la especie humana, pues para ello basta con corroborar el número y la naturaleza de sus cromosomas. En la generación de los seres vivos las leyes biológicas son fijas: de un perro nace un perro, de un gato nace un gato, y de un hombre y una mujer no puede nacer más que un ser humano. Hasta aquí biología básica. Pasemos ahora a la parte filosófica del asunto.
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En el desarrollo de un embrión, por poner un punto de partida, lo que podemos observar y constatar es que no hay cambios o mutaciones en la especie, sino una continuidad de la misma, por la cual, como dijimos, este embrión humano se desarrolla eventualmente en un hombre adulto y no en otra cosa.
Esto significa que lo que observa tanto el biólogo como el filósofo es que en el desarrollo de un embrión hasta llegar a ser un hombre adulto no se da un paso de una esencia a otra, que sería el caso si realmente un cigoto o un embrión no fueran más que un “conjunto de células”.
Claro que un cigoto o un embrión es un conjunto de células. De hecho, todos somos un conjunto de células e incluso podemos llegar más lejos y decir que somos un “conjunto de átomos”. Pero la forma en la que este conjunto de células están dispuestas, estructuradas y, por tanto, programadas, es lo que hace toda la diferencia.
Pues si se afirmara que de un conjunto de células no-sintientes surge un ser humano, se estaría diciendo que un humano sale de algo no-humano, lo cual es un absurdo error lógico y ontológico.
Un humano no puede venir o proceder más que de algo humano, lo que demuestra que el cigoto y el embrión desde un principio forzosamente tiene que ser un ser humano, si bien en una etapa temprana o inicial de su desarrollo.
Porque afirmar que un embrión no es un ser humano, pero que un feto o un bebé sí lo son, sería tanto como decir que una persona de 30 años es más persona que un niño sólo porque se encuentra en una etapa superior y más desarrollada del devenir biológico humano.
Alguien podría alegar que una persona es una persona porque “siente”, o que una persona es una persona porque “piensa” y que como un cigoto no siente ni piensa, por tanto, éste no puede ser considerado como una persona.
A lo que yo respondo con la siguiente pregunta (no retórica): ¿Un perro es un perro porque ladra o ladra porque es un perro? O, dicho de otra forma: ¿Lo que hace que un perro sea un perro es que ladre o lo que hace que un perro ladre o pueda ladrar es justamente el hecho de que es un perro? Pues bien, un perro no es un perro porque ladra, sino que un perro ladra justamente porque es un perro.
Y lo mismo sucede con la persona: una persona no es una persona porque siente o razona, sino que siente o razona porque es una persona, porque esa capacidad ya está en su esencia, en su naturaleza; por lo tanto, no es su capacidad de sentir y razonar lo que le da su naturaleza, sino que es su naturaleza (o ADN, si lo queremos ver biológicamente) la que le da su capacidad de sentir y razonar. De esta manera, aunque un individuo de la especie humana no manifieste todavía sus capacidades de sentir y razonar, yo sé que este individuo es un ser humano porque posee una «naturaleza humana».
Finalmente, creo que es importante precisar algunas cosas acerca del derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo. El hecho de que un embrión esté en el cuerpo de la mujer no significa que ese embrión sea (parte de) su cuerpo.
En dado caso sería más honesto decir que las mujeres tienen derecho a decidir sobre su cuerpo y sobre lo que yace en su cuerpo, lo cual lamentablemente implicaría que, como no hay otra forma en la que suceda un embarazo más que estando un feto dentro del vientre de su madre, una mujer tendría entonces el derecho a decidir estar “vacía” o “liberada” de todo huésped, aunque este huésped no tenga la culpa de ser un huésped, porque esas cosas las dictaminó la Naturaleza en su “sabiduría”, y nadie decidió que estas cosas sean como son, ni la madre ni el hijo.
Considero que con lo dicho basta para demostrar por qué, desde el momento de la concepción, biológica y filosóficamente un cigoto es un ser humano. Pasemos ahora al siguiente punto: ¿Por qué es falso que absolutamente bajo ninguna circunstancia sería lícito abortar?
Sobre este punto es muy difícil como hombre dar una opinión que tenga no sólo autoridad moral, sino, principalmente, «autoridad existencial», simple y sencillamente porque como varón nunca me veré enfrentado al dilema de vivir en carne propia el drama de decidir si eliminar al ser que se encuentra unido a la vida por medio de mis entrañas o no, por lo que creo que la decisión acerca de si es lícito abortar —sabiendo que se trata de un ser humano “con todas sus letras”— sólo puede y debe corresponder a la mujer que está viviendo y sufriendo esa situación en carne propia.
Yo desearía que nunca se tuviera que llegar a decidir cometer un aborto, porque sé que una persona inocente es eliminada por algo que no es su culpa (ser no deseado (a), proceder de circunstancias horrorosas, desafortunadas, complicadísimas, etcétera), pero creo que no me atrevería a decirle y mucho menos a exigirle a una mujer que bajo ninguna circunstancia debería atreverse a abortar porque yo simplemente no puedo ni imaginar toda la serie de problemas, situaciones y vejaciones por la que una mujer vulnerable puede pasar para que la hagan llegar en ese momento de crisis a la conclusión de que no podrá ofrecerle ninguna vida digna a ese ser está por venir; siendo así que, por estas razones, ella sienta que sea preferible, tanto para ella como para su hijo (a), que esa criatura no venga a este mundo, a que nazca pero se encuentre con una vida llena de tribulaciones, sufrimientos, padecimientos y carencias de todo tipo.
Sin embargo, es verdad que no todos los abortos suceden bajo este tipo de circunstancias tan abrumadoras, como son: violaciones, situaciones de extrema pobreza y/o un ambiente de grave violencia intrafamiliar.
A este respecto sólo diré que me entristece profundamente que una vida humana pueda valer tan poco como para que alguien esté dispuesto a eliminarla por razones o motivos que no se corresponden con ninguna clase de situación límite.
Cuando se trata de este tipo de casos, no puedo más que sentir profundamente que estoy en contra del aborto, porque cuando no hay situaciones extremas de por medio, siempre habrá una mejor opción que la muerte, puesto que lo mínimo que se esperaría es que hubiera cierta proporcionalidad entre la gravedad de la decisión y la gravedad de la circunstancia.
Ahora bien, esto no significa de ninguna manera que la criminalización de la mujer que decide abortar deba ser una vía de solución a este problema, debido a que, además del hecho de que no podemos ser jueces objetivos de las razones personales que llevan a una mujer a decidir algo tan complicado, nuestro Sistema de Justicia no es ni un «sistema» ni es «justo», sino que es un caos lleno de escándalos e irregularidades donde casi siempre los más desprotegidos y vulnerables son los que pagan el precio más alto.
Esto sin mencionar el tan obvio, pero relegado hecho de que, para que exista un embarazo, debe haber un hombre involucrado. Así que, en dado caso, si quisiéramos ser “justos”, la criminalización también debería aplicar para el padre que incita o apoya la idea de un aborto.
Finalmente, creo necesario apuntar que la mejor y más significativa forma que encuentro y puedo imaginar de ser provida es teniendo un serio compromiso y sincera convicción de adoptar a alguien en algún momento de nuestras vidas.
Si no estamos dispuestos (as) a subsanar una de las desgraciadas vidas que ya existen y están ahí frente a nosotros, deberíamos de cuestionarnos realmente si sólo nos interesa la «vida» teórica y abstractamente y no real y concretamente.