Correspondencias | Alfredo Loera | @alfredoloeramx
Te escribo, estimado lector, desde la margen de la tradición, desde el más efímero de los lugares que la literatura nos reserva a sus adeptos. Desde luego, esto no es ninguna tragedia, ni tampoco espero una lectura cercana a dicho sentimiento. Es, por otro lado, algo cómico y gozoso, incluso liberador. Es extremadamente agradable escribir párrafos y párrafos, llenar hojas y hojas, y guardar extensos manuscritos en los cajones de la casa; dejarlos ahí, a veces durante años, y encontrarlos más tarde y releerlos, como si se tratara de viejas cartas escritas con la intención de ponernos una pequeña trampa en una gran simulación de hallazgos.
No considero agradable el lugar destinado para los que serán inscritos en la memoria de la cultura, esos a quienes se les recuerda el nombre, sus faltas y sus aciertos, a causa de lo escrito. Es probable que tal vez ni siquiera ellos mismos comprendieran sus propias palabras; quizás si se les presentara de nueva cuenta la oportunidad, no se habrían atrevido a tomar la pluma. Imagina la lectura de un libro llevada a cabo por miles o millones de personas; imagina ahora la cantidad de malinterpretaciones, la cantidad de malentendidos, las veces que el texto será usado y citado falsamente para fines espurios. Más de uno, si tuviera la consciencia de esa posibilidad, lo pensaría dos veces antes de escribir y de ser publicado. Considero que muchos escriben y publican, precisamente porque saben que sus palabras son superfluas.
Sin embargo, no nos engañemos, la vanidad es grande. Muchos venderían el alma al diablo tan sólo para ser célebres. Aquí la cuestión es otra. Aquí la cuestión se reduce a no engañarse. A, en verdad, venderle el alma al diablo y no nada más decir que se hizo. La publicación de cierto número de ejemplares en un tiraje no te vuelve un autor. Yo también haría la siguiente pregunta: ¿es así de sencillo? ¿En verdad la obra al ser impresa ya es del público? No, no lo creo, y lo que comento tampoco está relacionado con el tiraje, ni con la editorial, ni con la publicidad, ni con el premio; está relacionado con la permanencia del texto en eso tan informe y abstracto, pero no menos real y presente, llamado público.
En más de una ocasión he escuchado la siguiente idea de dos escritores medianamente consagrados; uno nacido en 1937, y otro en 1983: “En México todos somos inéditos”. Ese “todos” habría que matizarlo, pero considero clara la intención de la frase: la gran mayoría de los textos publicados en cualquier formato pasan de largo, no logran entrar en la memoria de la cultura o simplemente no son leídos. No importa el nombre, la editorial o el premio, no son conseguibles, no son leíbles, están olvidados, son inéditos.
Sin éxito, en más de una ocasión, he buscado los textos de escritores nacionales y locales prestigiosos. Sus obras, si es que alguna vez existieron, están agotadas. Por eso el último reducto de la memoria literaria, y no sólo literaria, de una sociedad como la nuestra son las librerías de viejo. Pero en ocasiones ni siquiera ahí se encuentran.
En ningún sentido, estoy dando respuesta a la pregunta planteada, ni tampoco deseo dejar un sabor de boca melancólico con mis palabras. Yo, estimado lector, en verdad, no lo sé. No obstante, no por ello el cuestionamiento deja de tener un eco. La impresión de un libro, dos libros, diez libros, veinte libros, no te hace público, ni siquiera quizás un autor. Eso, como todo en la vida, presenta ventajas y desventajas. Pero no advertirlo es entrar en el camino del engaño, seamos conscientes o no de ello.
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Por eso decía algunos párrafos arriba, que la cuestión no estaba relacionada con la publicación, ni con el tiraje. No porque se use un megáfono las personas escuchan poesía. El poema entrará en la memoria de la cultura bajo otros supuestos. Todo se empieza a trastocar en el ambiente literario nacional cuando se busca dar solución a las circunstancias a través de lo externo, a través de la cantidad. Cada día es más común conocer a escritores no públicos con diez libros publicados (yo tengo dos, risas malignas). No me dejarás mentir que esto es una paradoja. Es el movimiento contrario ocurrido con otros escritores que se volvieron autores (escritores públicos) tan sólo con la circulación de un texto, sin importar el prestigio de la editorial. Para dar un ejemplo en específico, pienso en Enriqueta Ochoa y su Retorno de Electra, impreso por la editorial Diógenes con un tiraje de 3000 ejemplares en 1978.
Lo dejo a tu consideración, estimado lector. No pretendo establecer pauta alguna. También es evidente la omisión de otros elementos. Lo hice por falta de espacio y tiempo. Esta correspondencia es una marginalia. Será olvidada y esa también es su emancipación, su gozo y su deseo, como la gran mayoría de todo lo escrito desde la invención del abecedario. Ahí reside también su dignidad.