La sociedad mexicana en la era de la Postmodernidad tiene actualmente más de 120 millones de habitantes, compuesta por una amplia y rica gama de culturas, orígenes étnicos y estilos de vida, aunque con temas pendientes y grandes desigualdades económicas y falta de oportunidades entre la mayoría de la población, con una muy joven democracia apenas mayor a dos décadas y aún en proceso de consolidación, con la esperanza de sentar las bases para construir paulatinamente un futuro promisorio en pro de las tan esperadas y necesitadas equidad y desarrollo de la sociedad en su conjunto.
Sin embargo, las tendencias humanistas y valores universales que aspiran a impulsar el desarrollo y la cultura en las sociedades evidencian su incapacidad frente a las corrientes populistas tanto de derecha como de izquierda, que encuentran su mejor cauce en las redes sociales que polarizan, aunque de forma un tanto involuntaria, con algoritmos personificados que privilegian información de grupos afines o que son referencia para influir en las percepciones de cada persona a través de un constante bombardeo de contenidos confeccionados con retazos de hechos demostrables, verdades a medias y noticias falsas, en una mezcla a veces muy difícil de poder decantar y distinguir, privilegiando el hecho de que cada persona percibe de manera diferente a una misma realidad, la cual en muchos casos es reflejada por nuestra cognición pasiva basada solamente en el conocimiento en los sentidos y en opiniones sin mucha reflexión, mostrando una “realidad a modo” en una repetición constante basada en percepciones demasiado simplistas que acaban convenciendo al individuo de estar siempre en lo correcto.
Basado en lo anterior, es como en las redes sociales las percepciones juegan un papel negativo al sentir el individuo tener siempre la razón, evitando así el tratar de comprender sucesos complejos a través del análisis y la discusión desde diferentes ópticas y enfoques situacionales y de temporalidad.
Son en estos escenarios dónde grupos de ciudadanos se ven como fáciles presas que caen inocentemente en un juego perverso de manipulación por parte de diversos actores con poder o aspiraciones políticas, al morder y tragar anzuelos lanzados desde las redes sociales, cuyo fin es, parafraseando a Francisco Panizza, simplificar la amplia diversidad de la sociedad para facilitar la manipulación de masas en el espacio político al dividirla en dos opciones. Utilizando adjetivos para etiquetar a los «otros» que hasta hace unos pocos años eran un tanto ajenos a la política, y que ahora con inocente orgullo, adoptan aquellos que no alcanzan a vislumbrar la jugada “Un modo de persuasión es también un modo de identificación, porque uno no es la misma persona después de haber sido persuadido de cierta proposición” (Sidicaro, Ricardo 1995), provocando una polarización innecesaria y una creciente radicalización tanto de un lado como de otro.
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Es en esta dinámica donde los grupos más radicales sacan partido de la situación y asumen posiciones de supuesto liderazgo en redes sociales y otros medios de comunicación, intentando manipular a una sociedad que acepta por presiones sociales seguir el juego de forma un tanto inconsciente, teniendo que escoger entre dos malas opciones, la primera representada por grupos radicales de izquierda que buscan vivir a expensas de un sistema asistencialista que basa su proyecto en obras propias de la era industrial de las décadas de los años 30 y 40, sustentada en ideologías caducas del corporativismo de los años 60 y 70, mientras que en el otro extremo grupos radicales de derecha neutralizan el pensamiento crítico de sus seguidores con absurdas teorías de complots comunistas propias de la época Franquista, la Guerra Fría y el Macartismo de los años 50 y 60, y con llamados a protestas y movilizaciones sin ninguna causa o fundamento real.
Difícil disyuntiva para una sociedad el tener que distraerse y posponer la búsqueda del equilibrio entre la libertad individual y el desarrollo colectivo, y tener que alinearse de un lado u otro en proyectos tan retrógrados y visiones tan poco esperanzadoras, llevando estos escenarios al ámbito de lo privado y confrontando en la vida cotidiana a personas anteriormente afines, al grado que en reuniones sociales o en grupos informales de chats se olvida el precepto democrático del derecho a disentir o al sano ejercicio del pensamiento crítico, buscando privilegiar el discurso totalitario y excluyente de ser “poseedor de la única verdad” y del “si no estás conmigo, estás contra mí”, convirtiendo a familiares, amigos, compañeros y vecinos en nuevos enemigos al entrar en interminables y estériles discusiones bizantinas que, como su nombre indica, no llevan a nada, y sólo acaban dividiendo a quienes deberían estar unidos en causas comunes para buscar un mayor desarrollo humano y de justicia social para el país.