El mundo es un lugar lleno de personas con gustos muy diferentes: ropa, pasatiempos, música, colores, etc. Pero hay algo que coexiste en la mayoría de los países del mundo, sino es que en todos, el transporte público. Camiones, taxis e incluso bicicletas son medios de transporte para toda la población, pero más usados por la clase baja y la clase media.
Julián era un adolescente de 17 años, proveniente de una familia de clase media, era sólo un poco más alto que sus compañeros pero lo hacía resaltar entre los demás, de tez morena, ojos cafés claros, cabello castaño, considerado en su escuela como un niño guapo, aunque él siempre decía que su amigo Ángel era el más guapo de la escuela. A su edad nunca había tenido novia, si bien estaba a punto de cumplir 18 y entrar a la universidad, el segundo sexo parecía no llamarle la atención. Esto les causaba gracia a sus amigos, ya que era de los más guapos en la escuela pero no le hacía caso a ninguna niña. Algunos compañeros creían que era homosexual pero él nunca tuvo duda de su sexualidad. Más bien, y lo que muchos no comprendían, era que Julián era un chico triste; triste debido a su situación familiar. Sus padres se habían casado a los 25 años, a los 30 años decidieron tener a Julián, su único hijo. Para cuando él cumplió los 10 años el amor empezó a extinguirse. Julián, a sus 17 años vive lo que muchos niños y jóvenes viven en su país, la separación de sus padres. Las peleas constantes de sus padres hicieron a Julián un chico un tanto aislado. Él tenía amigos, muy buenos amigos, pero no los invitaba a su casa y rara vez salía con ellos. Se divertía demasiado en la escuela pero, cuando llegaba el fin de las clases Julián salía por la puerta de la escuela con una sonrisa triste, la misma que ponemos cuando la realidad nos invade en un campo de girasoles, es desolador.
El cumpleaños número 18 de Julián sería en domingo, sus amigos para celebrar tal acontecimiento decidieron prepararle una fiesta el sábado en casa de su amigo Ángel. Al principio Julián no aceptó, las muestras de afecto como ésas le costaban trabajo, las anhelaba tanto pero nunca aprendió a lidiar con ellas. Al final terminó accediendo, se preguntaba qué podía perder.
El día especial había llegado, dos días antes le había pedido permiso a sus padres, debido al divorcio le dijeron que sí para que no interrumpiera en sus asuntos personales. Julián se preparó, se puso la mejor ropa que tenía, usó unos zapatos cafés que le gustaban mucho, se puso perfume, algo que no hacía comúnmente y salió de su casa, no sin antes recoger el dinero que sus padres le habían dejado para el transporte. Dijo adiós, más por inercia que por otra cosa, ya que en esa casa no había nadie, sus padres se habían ido hace unas horas.
La parada de autobuses estaba a tres cuadras largas de la casa de Julián, ahí tomaría el autobús que lo dejaría a una cuadra de la casa de Ángel, la ruta era fácil y no debía haber ninguna complicación. Al llegar a la parada sólo había un anciano sentado, tenía un bastón en el que recostaba su frente. Julián creyó que estaba dormido así que no hizo ningún ruido al sentarse, dirigió una mirada rápida al anciano y se preguntó si algún día acabaría así: triste y solitario en una parada de autobuses. Absorto en sus pensamientos se despertó cuando escuchó al autobús llegar, al levantarse una mano lo sujetó con fuerza y dio un pequeño brinco por el susto, el anciano le pidió que lo ayudara a levantarse y subir al autobús, lo hizo a pesar que el miedo aún no dejaba su cuerpo.
Se sentó en un asiento que estaba a la mitad del autobús, el anciano al que ayudó decidió sentarse en los primero asientos. Además de ellos dos había una pareja con una niña pequeña dormida en los brazos de la madre, un adolescente uno o dos años menor que Julián escuchando música con unos audífonos, una señora en la parte de atrás iba con la despensa. Mientras el camión avanzaba se subían y bajaban distintas personas: trabajadores, amas de casa, parejas, familias, gente sola, altos, de estatura promedio, de tez blanca, morenos, negros. Julián veía al autobús como un país sin fronteras, todos entran, excepto los que no pagan, y al final pensó que no hay país sin fronteras.
Lectura recomendada: El diario.
El tiempo estimado para llegar a la casa de su amigo era de 30 a 35 minutos. Pasaron 15 minutos cuando Julián decidió recostar su frente en la parte trasera del asiento que estaba delante de él, cuál anciano con su bastón cayó rendido en los brazos de Morfeo. La gente empezó a bajar del autobús, pero esto Julián no lo notó, él estaba dormido. Lo que él tampoco notó fue que la gente se bajaba pero a partir de que se había quedado dormido ya nadie volvió a subir. Conforme la gente bajaba ocurrían sucesos extraños fuera del autobús; el cielo comenzó a tornarse oscuro, con una leve luz sepia que se utiliza en las películas en el desierto; las nubes no eran blancas sino oscuras, como si les hubieran aplicado un efecto negativo; las calles se empezaron a desgastar como si el tiempo pasara toda su ira sobre ellas, las casas se desplomaban y la gente desaparecía. Todo eso pasó mientras Julián dormía, debido al sueño en el que se encontraba no pudo notar como el mundo a su alrededor se convertía en un lugar lúgubre, ojalá se hubiera dado cuenta y hubiera bajado de aquel cruel destino.
El camión se detuvo en seco y esto despertó a Julián, desorientado no pudo reconocer en primera instancia donde se encontraba, se frotó sus ojos y trató de buscar a alguien en el autobús que le pudiera dar indicaciones pero estaba todo vacío, no había chofer ni pasajeros. Extrañado, y con un miedo que iba creciendo, Julián caminó hacia la puerta de salida, volteó al asiento del chofer y solo pudo ver la caja donde almacena el dinero, eso hizo que su miedo creciera cada vez más. La gente puede bajarse pero un chofer no dejaría el dinero en su autobús cuando aún hay alguien dentro. Bajó, el cielo, como lo habíamos mencionado antes, no era normal y esta vez Julián sí lo notó. Fue difícil para él reconocer las calles, ya que estaban desgastadas y las casas destruidas, pero se dio cuenta que estaba justo donde tenía que bajar para llegar a la casa de su amigo. Al reconocer que estaba en la dirección correcta salió corriendo en busca de algo familiar que lo hiciera sentir mejor, para este momento el miedo de Julián crecía cada vez más.
Julián se encontraba de rodillas, estaba llorando porque el lugar donde debía estar la casa de su amigo era sólo escombros, como si hubieran pasado cientos de años. Lloró desconsolado bastante tiempo, no sólo lloraba de tristeza también tenía miedo, se sentía solo, se sentía como si tuviera 10 años, recordaba aquella época cuando sus padres empezaron a discutir con más frecuencia, ya no jugaban con él, ya no platicaban con él, las cenas ya no eran en familia, se sentía solo; solo en un mundo tan grande como su casa. Solo, triste y con miedo de no saber qué pasará.
Según su noción del tiempo llevaba media hora caminando sin saber a dónde ir. Antes de iniciar esa caminata regresó al camión, se sentó en el asiento donde había estado, se recostó de la misma forma, cerró los ojos unos minutos, deseó con todas sus fuerzas que ya no estuviera ahí y que todo fuera un mal sueño pero nada sucedió, el cielo seguía oscuro y las calles destruidas.
No reconocía su ciudad, parecía una película estilo apocalipsis, el último hombre en la tierra, se decía mientras las lágrimas seguían bajando sobre sus mejillas. Después de una hora de caminar sin rumbo decidió recostarse en una pared que seguía intacta, puso su frente en sus rodillas y volvió a dormir. Julián no lo recordaría pero había tenido sueños donde la gente gritaba como si algo malo les hubiera pasado, los gritos se hacían cada vez más fuertes hasta que despertaron a Julián. Exaltado, se levantó rápidamente y salió corriendo, corría como quien escapa de un destino terrible, corría hacía una libertad que no existe o que es imposible alcanzar.
Pasaron dos horas desde que había corrido sin parar cuando vislumbró una casa intacta a lo lejos, corrió hacía ella y se colocó frente a la puerta. La casa era de un color gris apagado sin llegar a lo oscuro, era de dos pisos, tenía cuatro ventanas cubiertas por unas cortinas blancas llenas de grandes círculos, la puerta estaba hecha de madera y se veía un poco desgastada. Tocó la puerta una vez, nadie abrió, el timbre parecía no servir. Tocó de nuevo y el silencio seguía sin interrumpirse. Tocó por tercera vez y ocurrió un suceso extraordinario, Julián ya no se encontraba fuera de la casa, ahora estaba dentro frente a la puerta. Asustado pegó la espalda a la puerta mientras intentaba abrirla pero era inútil, una par de maderos estaban trabando la entrada. La casa parecía normal, estaba amueblada pero a simple vista no parecía haber fotos familiares. Inspeccionó lo más que pudo con la vista y alcanzó a ver un teléfono que se encontraba en la sala, sin hacer ruido, y vigilando a todo momento, se dirigió hacia allá. En ella había tres sillones lujosos pero rotos de varias partes, como si el tiempo también los hubiera engullido. En uno de ellos se encontraba un portarretratos partido a la mitad. Julián llegó al teléfono, al levantar el auricular una estampa de un juguete cayó, él la levantó y observó que era la estampa de un oso de peluche.
Julián intentaba marcar a todos los números que recordaba pero en ninguno atendían. Mientras él hacía eso las sombras de la casa empezaron a juntarse cada vez más, acercándose a él poco a poco hasta que de una de ellas emanó un brazo que lentamente se acercó a su hombro hasta tocarlo. Julián soltó el teléfono sobresaltado y cayó al suelo, volteó a todos lados y vio como las sombras iban volviendo a su lugar, una de ellas subió las escaleras hasta salir de la vista de Julián. Un silencio se apoderó de la casa, Julián notó que la casa estaba más vieja que antes pero creyó que todo se debía al susto que había pasado. Se incorporó y estuvo de pie unos segundos hasta que escucho un leve ruido que venía del segundo piso, el ruido evolucionó rápidamente hasta convertirse en una voz, una voz que susurraba su nombre, él corrió hacia la puerta pero los maderos seguían ahí, era imposible abrirla. Un leve golpe sonó en las escaleras, era el ruido que hace una persona al bajar. Julián se dio la vuelta y vio como una figura bajaba, estaba toda oscura como si tuviera una capucha puesta, caminaba lentamente, no se veía su rostro y jadeaba como si estuviera cansada. Conforme bajaba los escalones Julián intentaba con todas sus fuerzas abrir la puerta. La figura seguía su camino, estiraba una especie de brazo dirigido hacia Julián. Intentaba con todas sus fuerzas pero era inútil. Entre llantos y lamentos tocó la puerta como lo había hecho al principio, la silueta aceleró su paso. Tocó por segunda vez, la silueta había bajado todas las escaleras. Antes de tocarla por tercera la silueta agarró su mano e instintivamente volteó a ver a la figura, la cara era oscura con las cuencas vacías y una sonrisa infernal. Mientras veía esa horrenda figura tocó la puerta por tercera vez y apareció frente a la puerta pero fuera de la casa, salió corriendo y Julián nunca notó que había soltado la estampa del oso que se había encontrado, cayó frente a la puerta, ésta se abrió y una sombra en forma de mano la tomó para engullirla en la oscuridad.
En este punto Julián ya había perdido las esperanzas de ver de nuevo a su familia y amigos. Vagaba por la calle, cabizbajo, tenía miedo por lo que había vivido hace algunas horas, tenía miedo por estar solo tanto tiempo, quería la compañía de alguien aunque no lo conociera. Al ser iguales las casas y las calles ya no sabía si caminaba en círculos o no. Habían pasado tres horas desde que entró a aquella casa, desde ese momento se había vuelto encontrar con cinco casas parecidas a la primera, estaban en buen estado pero no podía evitar pensar que tras la oscuridad que se veía en las ventanas, hubiera algo esperándolo.
Pasaron las horas, pudo dormir en dos ocasiones pero en cada una despertaba debido a una voz que lo llamaba por su nombre. Cuando él despertaba de su sueño veía que la sombra que emanaba de los objetos a su alrededor recobraban su forma. La primera vez que esto le pasó creyó que lo estaba imaginando, pero la segunda vez una de aquellas sombras tenía forma de brazo y estuvo a punto de tocar su rostro, después de eso no volvió a dormir.
Había perdido la noción del tiempo, no había podido dormir y sentía que se volvía loco, las sombras lo perseguían, no se le acercaban pero las sentía alrededor suyo. Al doblar en una esquina levantó la cabeza y vio un autobús, salió corriendo hacia él pero, conforme se acercaba la figura de un anciano se iba dibujando en la parada de autobuses, hasta que, estando a unos metros de ella por fin pudo ver por completo la figura, era el anciano que había visto unas horas antes de que tomara el autobús que lo llevó a esta locura. La sombra tenía forma de anciano, tenía un bastón sobre el que recargaba su frente, parecía dormido. Julián estuvo alejado de esa extraña figura un par de minutos, decidió acercarse lentamente y sentarse lo más lejos posible de esa cosa. A los pocos minutos Julián escuchó como si el autobús viniera de lejos, pero estaba frente a él, se escuchó el ruido de unos frenos y el autobús se encendió. Julián se levantó rápidamente pero fue frenado en seco por una mano que había tomado su brazo con fuerza, volteó por instinto y reconoció la cara que antes había visto: cara oscura, cuencas vacías y una sonrisa sin dientes que lo dejaba helado. “Ayúdame a subir” fue lo único que la sombra dijo. Julián se soltó y subió al autobús, trató de cerrar la puerta pero fue imposible. Al voltear vio como la sombra se incorporaba y empezaba a caminar hacia él. Julián salió corriendo hacia la parte de atrás, estaba aterrorizado como nunca en sus 17 años lo había estado, su cuerpo no pudo más y orinó sus pantalones. La figura había subido al autobús y se abalanzaba lentamente hacia Julián. Su cara era atemorizante, aunque fuera una sonrisa infundía terror, no había manera de describir lo que Julián veía con sus ojos. La sombra estiró un brazo mientras vociferaba un “ven a mí” que retumbaba en los oídos de Julián. Sin pensarlo empezó a tocar la puerta trasera del autobús: una, dos veces, y a la tercera ocasión la cara ya estaba frente a él. Al mismo instante que Julián tocaba por tercera vez la puerta, la sombra abría su boca intentando engullir a Julián.
Sobresaltado soltó un grito que hizo que los pasajeros lo voltearan a ver. Julián volteó a todos lados y vio a varios pasajeros en el camión, miró por la ventana y reconoció la parada que lo dejaba cerca de la casa de su amigo, pidió bajada. Caminó por la calle y por fin había llegado a su destino. Se posó frente a la casa y la observó como si la reconociera de algún lado, y claro que la conocía, era la casa de su amigo Ángel, había estado ahí un par de veces. Tocó la puerta una vez pero nadie le abrió, trató con el timbre pero no funcionaba. Tocó por segunda vez y no había respuesta. Antes de tocar por tercera vez sintió un leve escalofríos por su cuerpo, como si algo le avisara que estaba en peligro, lo ignoró y antes de que pudiera tocar por tercera vez la puerta se abrió lentamente, detrás de ella salió su amigo Ángel a felicitarlo, lo abrazo fuerte, le dio la bienvenida y los dos pasaron al patio de su casa.
Quizá Julián en ese momento no lo pudo notar, pero si hubiera puesto un poco más de atención se habría dado cuenta que la persona que le abrió la puerta tenía una cara oscura, las cuencas vacías y una sonrisa sin dientes que inspiraba terror, una sonrisa de victoria.