Correspondencias | Alfredo Loera | @alfredoloeramx
Hay escritores que serán recordados por sus traducciones. Muchas veces son los traductores quienes revolucionan de un modo más duradero las literaturas de una lengua. Me vienen a la mente las versiones de Ezra Pound (retomando el trabajo de Ernest Fenollosa) de algunos poemas chinos publicados en Cathay. La aparición de dicho libro vino a ser un cambio radical en la forma y el acento de la poesía en inglés. El tono conversacional casi prosaico tan común en la lírica contemporánea de por ejemplo Louise Glück sería incomprensible sin la presencia de Pound. Antes del autor de Los cantares, los poemas de esta tradición casi inevitablemente presentaban el sonsonete clásico del pentámetro yámbico. La lengua poética anglosajona se distanció de sí misma para renovarse, en muchos aspectos, a partir de las versiones de Pound. Según Forrest Gander, “Ezra Pound cambió la poesía en Inglés casi solo, sin ayuda de nadie, publicando y defendiendo a una legión de artistas y escritores— incluyendo a George Oppen, Charles Reznikoff, y Louis Zukoksky, todos judíos, así como también a Joyce, T.S Eliot, H.D., W.B. Yeats, y Gaudier Brzeska, entre muchos otros. Su práctica de la traducción y extraordinaria variedad— Griego antiguo y Latín, Chino clásico, y media docena de lenguas europeas desaparecidas o contemporáneas— modificó radicalmente la recepción de la traducción al inglés e hizo de ella un lugar permanente.”
Otro escritor igualmente renovador de su literatura desde sus traducciones es Jorge Luis Borges; en su haber alberga varias versiones de obras originales en otras lenguas, pero quizás la más influyente sea Las palmeras salvajes. Más de un crítico y escritor ha comentado que sin esta obra, a pesar de las modificaciones en el estilo faulkneriano por parte de Borges, la narrativa en castellano sería otra. “Se trataba –nos dice Leah Leone- de la segunda novela de Faulkner en español y fue publicada sólo un año después de su estreno en inglés. Varios escritores latinoamericanos como Juan Carlos Onetti, Guillermo Cabrera Infante, Gabriel García Márquez y José María Arguedas, entre otros, han reconocido la importancia de esta obra en su propia producción. El renombre de su traductor ha conferido aun más valor a Las palmeras salvajes, leída ahora tanto por ser una traducción de Borges como por tratarse de una obra de Faulkner.” El autor de El Aleph también vertió al castellano La metamorfosis de Franz Kafka, Orlando de Virginia Woolf, Bartleby de Herman Melville, cuando estos escritores aún no eran tan conocidos ni poseían el prestigio actual. Es probable que ese lugar preponderante se haya instaurado por las traducciones borgeanas.
Los casos de traducciones imprescindibles para comprender la historia de la literatura son innumerables. Las versiones de los cuentos de Edgar Allan Poe por Charles Baudelaire son fundamentales. Retomando las ideas Pound, para él resultaba claro que por ejemplo el poeta isabelino Arthur Golding, a pesar de carecer de obra propia sólida, ocupaba un lugar esencial en la literatura inglesa por su traducción de las Metamorfosis de Ovidio; algo similar decía acerca de Alexander Pope por sus reelaboraciones de la Ilíada y la Odisea. Fueron ellos quienes acercaron a los lectores ingleses los clásicos grecolatinos. ¿Habrían existido Percy Bysshe Shelley y Lord Byron sin estas versiones?
Es claro que el trabajo de los traductores en la literatura es de gran relevancia. Por ello, me parece muy loable el esfuerzo que ha llevado a cabo el equipo dirigido por Miguel Pineda en Aquelarre Ediciones (Xalapa, Ver.). La labor ya ha sido recompensada; el año pasado la traducción de José Miguel Barajas García de La agencia general del suicidio del poeta francés Jacques Rigaut mereció el Premio Nacional de Bellas Artes Margarita Michelena.
¿Pero quién es Jacques Rigaut? Al parecer, es uno de los secretos mejor guardados de la poesía francesa moderna. Rigaut es un nihilista que le juega bromas a la muerte. La mejor de ellas es la de apuntarse con un revólver en medio de la noche para ver si ha llegado su hora. Por supuesto tarde o temprano, estas desavenencias con la señora del otro mundo tuvieron consecuencias. Rigaut se suicidó con una bala en el corazón en 1929. Sin embargo, considero que era parte de su propia búsqueda. No en balde uno de sus poemas centrales haga referencia a una hipotética agencia que facilita al público quitarse la vida. Acá comparto los precios, por si, estimado lector, estás interesado:
TARIFA
Electrocución . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 200 fr.
Revólver . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 100 fr.
Veneno . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 100 fr.
Ahogamiento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .50 fr.
Muerte perfumada (impuesto de lujo incluido) . . . . 500 fr.
Ahorcamiento. Suicidio para pobres.
(La cuerda es vendida al precio de 20 fr. el metro
y 5 fr. por 10 centímetros suplementarios) . . . . . . . . .5 fr.
La poesía de Rigaut está anclada en la Vanguardia de principios del siglo pasado. Junto André Breton y Tristán Tzara fue uno de los firmantes del “Manifiesto dada” de 1918. En este sentido, la poesía dadaísta es irreverencia pura, desmitificación, sinsentido, crítica y performance; es también, en otros aspectos una evasión, o en el mejor de los casos una invención de otro mundo en este mundo. Para muchos de aquellos escritores, esta mirada de la realidad traerá consecuencias fatales, pero esa era precisamente la indagatoria. Este mundo evidentemente está descompuesto y es fallido. No vale la pena vivir en él si no es para destruirlo o refundarlo. Algunos dadaístas comandados por André Breton serán parte del movimiento surrealista y sus correspondientes manifiestos. Jacques Rigaut ya no continuará junto con ellos. Para él, la vida es pobre. El poeta escribe: “Sólo hay una cosa en el mundo que no se puede soportar: sentir su mediocridad”. Más adelante elabora: “Seré serio como el placer. La gente no sabe lo que dice. No hay razones para vivir pero tampoco hay razones para morir”. Concluye: “Lo que nos libera, lo que nos quita toda oportunidad de sufrimiento, es este revólver con el que nos mataremos esta noche si se nos da la gana”.
Es el espíritu de la época. Los dadaístas son hijos de las atrocidades de la Primera Guerra Mundial y, en especial, de la caída de la hegemonía francesa prolongada durante todo el siglo XIX. La civilización occidental, con su discurso de progreso positivista, que llevó al desarrollo de la técnica, que a su vez desembocó en la miseria de la trinchera y sus lanzallamas y bombas de gas mostaza, se confrontó consigo misma.
Jacques Rigaut peleó en el frente y vio cómo su amigo más cercano fue reventado por el fuego. Desde luego, el tono de su poesía no se reduce a este hecho, pero en el ambiente de la sociedad parisina de los años veinte hay un olor a podrido, no es otra cosa que el sinsentido de la modernidad. De ahí, que la poesía de Rigaut sea irónica y presente de continuo una especie de duda categórica acerca de la condición humana.
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Para el autor de La agencia… la vida no basta y por ello la literatura viene a ser una forma de resarcir la mediocridad del mundo. Jacques Rigaut creó un personaje de sí mismo en la literatura que vendría a ser el espejo del otro personaje, que quizás para el autor era más importante en la vida misma, Lord Patchogue. Nihilista empedernido, viajó a Nueva York donde contrajo nupcias con una viuda millonaria con tres hijos. Se compró un Rolls-Royce. Se hizo adicto a la morfina y a la cocaína. Dilapidó la fortuna heredada por la viuda. Volvió a París, para instalarse en el Ritz donde recibió a sus amigos poetas franceses. Todo ello como parte de una obra poética que iba más allá de la literatura. Pues al parecer tanto la vida como la literatura por separado carecen de coherencia para él. Es probable que el significado de las cosas únicamente se encuentre en la intersección de ambas. Para muestra, por cuestiones de espacio, comparto un poema, donde la burla y la ironía son el nudo que entrelaza ambas realidades.
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¿Quién no es Julien Sorel? Stendhal.
¿Quién no es Nietzsche? Nietzsche.
¿Quién no es Julieta? Shakespeare.
¿Quién no es Monsieur Teste? Valéry.
¿Quién no es Lafcadio? Gide.
¿Quién no es un Hombre Libre? Barrès.
Y así sucesivamente…
Todo el volumen de La agencia general del suicidio presentado por Aquelarre Ediciones se colma por este sentimiento. Enhorabuena a José Miguel Barajas por la traducción, y a Miguel Pineda por el emprendimiento de este proyecto. Sin duda nuevas traducciones y nuevos libros darán de que hablar para los lectores.
Nota bibliográfica: Jacques Rigaut. Agencia general del suicidio. Traducción de José Miguel Barajas García. (Xalapa: Aquelarre Ediciones, 2019).