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Ruta Norte Laguna | Jaime Muñoz Vargas | @rutanortelaguna

En julio de 2004, según indican los metadatos de mi archivo muerto de Word, escribí y publiqué un elogio a Vitauva, personaje lagunero fallecido este lunes 17 de mayo. Apareció como artículo en las páginas de Milenio Laguna, en aquel momento La Opinión Milenio, pues la columna Ruta Norte, ésta que vas leyendo, nació hasta el año siguiente, en marzo de 2005. Revivo aquellas palabras por una razón obvia: porque ya quedaron perdidas en el tiempo y porque sustancialmente expresan lo mismo que he pensado siempre sobre don Rafael Castillo Estrella. Esto escribí:

No sé si a otros les ocurra antes, no sé si después, pero a mí me ha tocado reflexionar con mayor énfasis en mi pasado de lagunero precisamente ahora que acabo de cumplir cuarenta años. En el trance de esculcar en mi memoria se acumulan los recuerdos y ya habrá tiempo para ordenarlos con cuidado. Por lo pronto, y a propósito de un anuncio aparecido en La Opinión Milenio el martes 1 de junio de 2004, leo que por iniciativa de muchas instituciones públicas y privadas se le ofrecerá un justo reconocimiento a un personaje emblemático de La Laguna.

Tal vez suene extraño que me detenga aquí a ponderar el valor que ese hombre tuvo y sigue teniendo para muchos que, como yo, atravesamos nuestra infancia con la certeza de que contábamos con modestas oportunidades para divertirnos. Además de las canicas, el trompo, los papalotes, el fut callejero y el cine, los niños laguneros de mi generación y de las siguientes encontramos algún esparcimiento en la generosa gracia del hoy homenajeado.

Recuerdo que lo vi por primera vez en alguna piñata ya casi extraviada en mi memoria; era tal vez 1968 o 69. Luego, ya en los setenta, lo vi incontables ocasiones durante los intermedios del matiné en el ya extinto cine Roma, de Gómez Palacio. Allí, nuestro personaje ofrecía un relampagueante y divertido y gratuito show acompañado por doña Mazacuata, su comparsa.

Años después pasé a convertirme en adolescente, y como es obvio se acabaron las invitaciones a fiestas infantiles y las matinés. Le perdí la pista al homenajeado pero siempre supe que él andaba por allí, divirtiendo niños laguneros a montones, agradando con sus gritos y con su desinhibida sencillez.

Ya adulto, un día cualquiera del 87 y no sé por qué razón, tuve que ir a una celebración de fin de cursos en un kínder de Gómez Palacio. Tremenda fue mi sorpresa al verlo en acción, tan fresco y tan jovial como siempre. Recuerdo que esa mañana me divertí con su rutina mucho más que los niños allí presentes, y desde entonces supe que él era, en su oficio, el mejor de toda La Laguna.

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Sé que el suyo no es un oficio muy bien valorado socialmente pese a que es, o al menos era, fundamental para los niños. No importa. A mí me regaló algunas horas de felicidad y quiero aprovechar estos renglones para recordarlo con afecto, para sumarme al homenaje que hoy recibe por sus cuarenta años de trabajo. Me une a él, sin que lo sepa y como ya dije, el recuerdo de algunas piñatas, sus chistosadas en el cine Roma, su duradera presencia en la televisión local. Ahora sumo otro factor: mi segunda hija, Aitana, lo admira con infantil asombro, como yo lo hice hace más de treinta años.

No me queda, entonces, más que felicitarlo por sus cuatro décadas de buen humor. Gracias por aquellos y por estos años, Vitauva.

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