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Lo cotidiano

Cuando el burro no tocó la flauta

El día de ayer, los personajes más polémicos e insultados de México y Estados Unidos se reunieron en la capital del país. Enrique Peña Nieto, en una acción que fue degradada y despreciada por toda la nación, invitó al candidato a la presidencia de Estados Unidos para, como dicen los amantes del eufemismo, entablar un diálogo con el que podría ser presidente.

La visita fue fugaz, se cumplieron protocolos y, el famoso empresario, mantuvo su discurso racista y despreciativo hacia la nación. Peña, por su parte, se notó timorato, diplomático y sin algún recurso sólido para responder hacia los ataques lanzados por Trump.

Se han especulado diversas razones por las que Peña Nieto decidió invitar al candidato, una de ellas fue para confrontarlo, para decirle en la cara que no está de acuerdo con todos los juicios y lamentables declaraciones que Trump ha realizado con respecto a México. Si eso fuera cierto ¿Entonces para qué invitar a Hillary Clinton? O, después de haber recibido al candidato en el hangar presidencial, con mucha elegancia y con todas las comodidades ¿Estaría Hillary Clinton obligada a aceptar la invitación después de haber constatado que cualquiera, por más desprecio que profane hacia México, es bienvenido por el presidente?

El portal BBC Latinoamérica, publicó un listado de las 10 frases más impactantes que Donald Trump escupió hacia nuestro país. Para él no resultó raro que México fuera  galardonado en la última entrega de los óscares, porque siempre hemos arrebatado lo que a ellos les pertenece. También ha dicho que a Estados Unidos sólo migran los peores mexicanos: los que trafican, roban y violan. Ha asegurado que México no es su amigo, sino que les está ahogando su economía. Ha mencionado que lo único que quiere con México es construir el muro más grande de la historia y que lo pague e, incluso, de forma irónica afirmó que los mejores tacos los venden en el restaurante de la Torre Trump en Nueva York. Su desprecio es más grande que el de un adolescente hacia sus padres cuando no le permiten llegar tarde a casa.

Por otra parte, Peña Nieto y sus asesores quisieron verse hábiles, como adelantándose a posibles escenarios, pero, como me dijeron gráficamente ayer en una discusión, lo único que hizo nuestro presidente fue bajarse los pantalones, agacharse, cerrar los ojos y permitir que el güero pelostiesos y amante de las jovencitas, sodomizara la dignidad de toda una nación.

De manera positiva, hay quienes piensan que se tenía que hacer, que el diálogo es necesario y más si se trata de una persona que propone deportar inmigrantes, expropiar divisas y levantar un muro colosal para dividirnos, pero ¿Era correcto invitarlo si el presidente jamás respondió con autoridad y enfado hacia las decenas de insultos que Trump ha disparado hacia nosotros? ¿Es normal invitar a tu casa, recibir con tus mejores galas  y darle de tu comida a una persona que siempre se expresa mal de ti? ¿Es justo que, incluso frente a los medios, Donald Trump insistiera con la construcción del muro y, en respuesta, Peña Nieto continuara con su mareante e inservible diplomacia y demagogia?

En Brasil, país con circunstancias sociales y políticas similares a las nuestras, están a punto de meter a la cárcel al ex presidente y ex idolatrado Luiz Inácio Lula da Silva por un escándalo de corrupción. Ayer, también en Brasil, se anunció que Dilma Rousseff será depuesta y juzgada por maquillar las finanzas públicas. En medio de escándalos de corrupción, se toman acciones y se buscan a los responsables.

En nuestro país, es un hecho que el presidente terminará su sexenio. Él no tiene la dignidad para renunciar y los funcionarios no tienen los pantalones para exigir su despido. La ciudadanía le gritamos, lo despreciamos, nos avergonzamos de él pero no hemos hecho nada en conjunto y de manera histórica para exigir su dimisión.

Peña Nieto quiso ser el burro que tocó la flauta, lo que no supo fue que Trump tomó su flauta y lo cabalgó hasta donde él quiso mientras le  interpretó al oído  la dulce marcha fúnebre y unas fanfarrias para denotar su estupidez.

 

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