El Río Nazas clama por su espacio. Él nació y se asentó en un lugar que notó acogedor, fértil y amplio, muy amplio. Sus aguas recorrían con libertad y prestancia cada uno de los parajes que lo dirigían hacia la Laguna de Mayrán; su meta, su hogar y su dulce desenlace.
Hoy, el río navega con una relativa libertad. Los laguneros se encuentran felices y asombrados por tan generoso espectáculo. De pronto resulta inverosímil pensar que en una tierra sumergida en la aridez y en el calor y en tormentas de arena y en la cerveza fría, bien fría, exista un río vivo, que grita por su liberación, para que lo dejen ser, para que rellene los mantos acuíferos y mejore el ambiente de su entorno.
En muchas partes del mundo, sobretodo en países en vías de desarrollo como el nuestro, los ríos han sido encerrados en monumentales presas que funcionan como administradoras del agua para los poderosos ganaderos y agricultores.
Nuestro río, el Nazas, ha sido recluido en dos esclavizantes lugares; la presa Francisco Zarco y la presa Lázaro Cárdenas. Allí el agua se ha encerrado para dejar inerte y deprimido todo el cauce del Nazas que, junto con el río Aguanaval, construyeron lo que hoy nombra a la región; La Comarca Lagunera.
¿Qué pasaría si se decidiera dejar el río en su forma natural? ¿Acaso no sería un atractivo turístico más importante y real que el teleférico?
Esto no se trata de una crítica a la actual administración, es una reflexión sobre la poca visión que han tenido autoridades pasadas.
Nueva York tiene su río Hudson. Londres tiene su río Támesis. Madrid tiene su río Manzanares. Roma tiene su río Tíber y así nos podemos ir hasta entender que las grandes ciudades del mundo, tienen atractivos naturales que afincan y definen lo que hoy son.
La visión ha sido tan escasa, que se ha construido sobre el lecho del río obra pública; pasos a desnivel, parques, caminos y diversas edificaciones que cada vez que el agua corre por su libertad, se las lleva y destruye millones de pesos reflejados en inversiones testarudas y sin algún atisbo de inteligencia y planeación.
Hoy, como ya hemos repasado en Redes de Poder, hay un puente que se encuentra en riesgo de colapsar, otros dos que estaban en proceso de construcción y que, por su inentendible tardanza, tendrán que ser levantados de nueva cuenta. Vemos cómo el vado sirve de basurero y recolector de cascajo y también vemos cómo el Nazas, por más seco que pueda verse, está vivo y reluciente y, su eterno enemigo, el ser humano, no lo puede controlar si la naturaleza así lo decide.
Respetemos la naturaleza de nuestra tierra. Si bien no se puede exigir el cierre de las presas (sería ingenuo y estúpido pensar que alguien tuviera la osadía y planeara una estrategia para que funcionara) sí podemos respetar su esencia manifestándonos, exigiendo que nada se construya allí. Impidiendo que se instalen más personas a las faldas del río y, sobre todo, abortando la mala costumbre de utilizarlo como basurero.
Una utopía sería pensar que el río permaneciera tal como está, en su hábitat, en su forma y fondo. Que resplandezca en la noche y refleje la unión de dos estados. Que derrumbe cualquier obra mal hecha que promueva la solidaridad entre dos ciudades y que, en su lugar, fortalezca esa unión con su imponente corriente.
El río es de todos y para todos. Hace muchos años decidieron encerrarlo en una presa para administrar y repartir su contenido hacia los emporios ganaderos y agricultores. Hoy, que acaricia la mirada de los laguneros, y que hizo sufrir a muchos más por estropear lo que el humano decidió construir sobre y debajo de él, respetemos al río, al padre Nazas, para que él siga dibujando un panorama más alentador para una tierra hundida en el olvido.
Foto de portada autoría del periódico Vanguardia