¿A poco no es motivo de orgullo que la Fundación Internacional para el Desarrollo de Gobiernos Confiables haya presentado la norma internacional ISO 18091 como una aportación de México al mundo, al ser el primer y único estándar publicado por la Organización Internacional de Normalización, para ayudar a integrar confianza entre la ciudadanía en su relación con sus gobiernos, midiendo sus avances de manera objetiva?
Sin embargo, más allá del orgullo que esto puede representar, no podemos dejar de inquirir: ¿qué tan preparados están nuestros gobiernos locales para lograr la certificación en los ejes que son: desarrollo institucional para un buen gobierno, desarrollo económico sostenible, desarrollo ambiental sustentable y desarrollo social incluyente, así como en sus 39 indicadores que suenan más a utopía o buenas intenciones que a metas alcanzables?
¿Ejemplos?: “Competencia y continuidad de servidores públicos” -con el constante chapulineo y los cambios de personal-; “Promotor de oportunidades de trabajo dignas” –con las carencias de infraestructura para el hospedaje industrial-; “Cuidadoso y responsable de la calidad del agua y aire” –con la contaminación por plomo y arsénico-, y “Responsable del combate a la pobreza” –con el incremento en el número de pobres, reconocido por la propia Sedesol-, por mencionar algunos.
Pero igual o más importante aún: ¿qué tan preparados estamos como ciudadanos para ser considerados confiables? Por lo general, los gobernados exigen a sus gobernantes que se ganen su confianza, pero el camino es de doble vía y el compromiso recíproco. ¿Qué autoridad moral tiene un conductor para exigir un alto a la corrupción y una aplicación eficiente de los recursos provenientes de los impuestos, cuando da mordida al tránsito, conduce un “chocolauto” y es evasor fiscal?
Para que esos indicadores sean más que buenos propósitos y aterricen en acciones que rindan los resultados previstos, se requiere establecer la sinergia entre sociedad y gobierno, en la que éste se comprometa a ejercer la política con auténtico espíritu de servicio, y no con afanes partidistas ni de lucro, y la ciudadanía cumpla con todas sus obligaciones: pagar impuestos, respetar leyes y reglamentos e involucrarse en la vida pública mediante su activa participación cívica.
No esperemos que de los políticos surjan el espíritu de servicio, la eficiencia y la honradez, valores indispensables para aspirar a certificar en la norma internacional; para ello, se requiere el impulso de la sociedad civil comprometida. Jaques Delors, presidente de la Unión Europea de 1985 a 1994 decía: “Sólo a través del esfuerzo permanente de cultura política, comprensión y reflexión sobre los acontecimientos, con la acción llevada a cabo en el seno de los grupos sociales, un hombre puede convertirse en ciudadano y participar en la construcción y en la vida de su ciudad”.
Cierto: debemos exigir a las autoridades que asuman su responsabilidad con honradez, eficiencia y calidad; pero también nosotros seamos corresponsables en un compromiso mutuo, cumpliendo con nuestras obligaciones. Nadie es libre de tirar la primera piedra, cuando la culpa agobia; tampoco exigir, sin antes cumplir. La madurez de una sociedad se manifiesta con acciones concretas que resultan ejemplares para sus autoridades a sabiendas de que, sin ciudadanos confiables no hay gobiernos confiables. ¿A poco no…?