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Columnas

Una perspectiva millenial del 19 de septiembre

Sin duda uno de los sismos más estremecedores para lo población mexicana fue el del 19 de septiembre, por lo menos para la Ciudad de México, y obviamente para Puebla y Morelos que fueron los epicentros de aquel fenómeno. Me centraré en el sismo de esta fecha y no en el de Chiapas y Oaxaca, que no es menos importante, pero no tengo experiencia propia en tal acontecimiento ocurrido en esos lugares, por caso contrario al ocurrido en la capital del país.

Entre tantos acontecimientos y tanto caos en la ciudad, parecía que la población mostraba poder sobrevivir a pesar de este desastre, destacando que el desastre fue en todos los ámbitos posibles, desde crisis nerviosas, choques vehiculares, ausencia de luz pública, tráfico excesivo, gente tratando de ayudar, gente indiferente… y un largo etcétera. Pero, dentro de la gente que a pesar de todo este caos -y el que me faltó por mencionar- asistió a los lugares en donde se necesitaba de ayuda, es en donde me quiero detener a mencionar desde mi punto de vista, a estos grupos que sin mayor problema se merecen mis reconocimientos.

Por un lado, la sociedad civil estaba agrupándose en organizaciones que iban formándose, es decir, éstas se alineaban sin necesidad de un solo líder o de algún tipo de medida externa que los obligara a estar ahí. Así fue, pues, que entre esos grupos se destacan el de los civiles en general y, por ejemplo, el de las feministas radicales y no tan radicales. Aquí es en donde quisiera plasmar mi percepción ante la comparación entre estas dos organizaciones de civiles libres. En primera instancia, yo asistí a una brigada de jóvenes, de todos lugares, que fueron a ayudar al centro de acopio de Coapa, un tanto cerca del tan famoso Colegio Rébsamen.
Dentro de este contexto, lo que yo pude observar, y con buenos ojos, fue la maravillosa forma en cómo ese no tan pequeño grupo, en el que predominaban los jóvenes, se iba organizando tan natural y tan orgánico, como representación de una micro-sociedad que día con día iba determinando sus necesidades y las iba satisfaciendo según sus posibilidades. Ante cualquier tipo de malentendido, se juntaban la mayoría de los pertenecientes para poder arreglarlo de la manera más pacífica, de modo que todos salieran ganando. Se respiraba la camaradería y la fraternidad, a pesar de que nadie se conociera de antes, pero compartíamos un mismo sentido de responsabilidad y conciencia social; una empatía por aquellos ajenos que sufrían por sus pérdidas, y nos dolían.

En segunda instancia, y por su parte, el grupo de las feministas voluntarias se volvió un tanto más separatista o selectivo, ya que sólo se permitía la presencia de mujeres, y no de cualquier mujer, sino de las mujeres que compartieran sus mismas ideas, y que, sobre todo, compartieran su misma ética. Un tanto combativas, y de fuerte carácter, como suelen defender sus ideas, es como sostuvieron su convivencia. Pero aquí entra mi comparación respecto de estos grupos, que si bien los consideran vulnerables, ayudaron a otro grupo vulnerable que era el de los damnificados por el sismo, pero que, de cualquier manera, buscó crear ese ambiente de armonía en donde las mujeres se sintieran empoderadas, porque este fue un fenómeno sociológico que no se vio en el sismo de 1985, en donde las mujeres, en su gran mayoría, sino es que todas, en ese entonces, se les asignaban labores de apoyo en el que sólo hacían la comida para los voluntarios o fungían como enfermeras, entre otras labores simples, pero no menos importantes.

Y dentro de este ambiente, cabe mencionar que me tocó escuchar el comentario de una chica feminista que había ayudado a recoger los escombros de algún edificio afectado. Comentario con el cual me sentí muy identificada. Mencionó que cuando se trataba de formar la cadena humana para pasar las tinas llenas de cascote –inevitablemente pesado-, la reacción de los hombres fue que, a pesar de que tuvieran a la mujer a un lado, si consideraban que la tina era muy pesada, saltaban a la chica para que esta no pudiera cargar la tina y proseguían con la labor. Que no se mal entienda, considero que seguramente dentro de la lógica del hombre mexicano que tuvo esa reacción con ella, y muchos como él, que también aplicaron el mismo “principio” conmigo, no lo hicieron directamente para ofender al género femenino, pero no puedo pensar de manera absoluta, así que, desconozco las razones de los hombres que lo hicieron conmigo, lo hicieron con ella y con otras mujeres, que así como esa reacción hubo muchas más.

En este sentido, me quedó la reflexión de que inevitablemente había cosas qué criticar en los dos grupos de civiles; no todo fue color rosa, ni sonrisas todo el tiempo y menos en una situación tan crítica como fue la del pasado sismo. Empero, ninguna de las dos organizaciones permitía la figura de un líder, cuestión que ha marcado mi percepción acerca de ésta que es mi generación, y que en este desagradable suceso del 19 de septiembre, hizo una presencia tan fuerte que hasta las mismas instituciones gubernamentales quedaron rebasadas.

Demostramos que no necesitábamos, ni queríamos una figura de autoridad que nos determinara qué hacer y qué no en una situación tan imprevista como esta. La autoridad éramos todos, era la sociedad civil en su conjunto.

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